Las sombras de la oscuridad -Último capítulo-

|
Oyó pasos acelerados, demasiado rápidos para un humano, por mucha prisa que tuviese. Miró atrás, y le vió. Sus ojos azules, tan límpidos, de ese color tan característico. Al mismo tiempo que el miedo atenazaba sus músculos, sentía un leve cosquilleo que le subía por el estómago. Odiaba sentirse así frente a un vampiro. Él sonrió.

- Volvemos a vernos. Otra vez.
Ella dio un pasó atrás, esperando que en cualquier momento se abalanzase sobre su persona. Pero no fue así cómo lo hizo.
- No quiero hacerte daño, Helena -de nuevo volvía a pronunciar aquel nombre del que se había servido hacía unos días.
Negó con la cabeza, asustada.
- Ya lo intentaste una vez, y si no llega a ser por esa chica.. O vampira, habría muerto. Lo sabes mejor que nadie.
Su comentarió creó una mueca de ironía en su rostro. La mueca se convirtió en una amarga sonrisa.
- Ella solo busca el amuleto, y después tu muerte. No te protegía.
Su pulso era cada vez más acelerado, y sus jadeos de miedo eran audibles a oidos del vampiro, que seguía sin acercarse a ella por miedo a asustarla. Era más rápido que ella, si, pero también podría hacer las cosas bien, llevarse el amuleto y dejarla con vida. Solo si ella si prestaba. No mataría a un humano más. Su promesa era firme.
- Si, ella y tú. No digas que no.
- No quiero que mueras, Helena.
Sus nervios se habían rebelado, y por su boca salió algo que pefirió no haber pronunciado.
- Cállate, maldito chupasangre. Tú y toda la pandilla de vampiros podeis matarme, pero jamás me dejaré hacer, ¿me has oido, verdad? Pues bien, nadie más que yo sabe donde están los documentos.
No pudo evitar echarse de nuevo atrás,ante la felina mirada del chico.
- Sabes mejor que yo, que los documentos no son más que una tapadera.
Ahora si, sus latidos eran tan intensos que era incapaz de pronunciar palabra.
- Mentira.
Él levantó una ceja.
- ¿Segura?
- Más que nunca... -las palabras se extinguieron en sus labios, dejando la frase incompleta.
- ¿Asqueroso chupasangre? Si, creo que has de decir eso también. Me alegro de que te hayas dado cuenta pronto.
Ni si quiera vio como, pero de pronto sus labios estaban sobre los de aquel vampiro. El beso fue más que intenso, sin duda,y presa del pánico se apartó de él con brusquedad. Notó como el collar volvía a desprenderse de su cuello, esta vez para caer en manos del vampiro, que sonriente, se alejaba de nuevo. El amuleto que tanto tiempo habían estado buscando, siempre había estado cerca de ella. En ningún momento supo este minúsculo detalle, hasta que no vio que desaparecía en sus manos.
- No te cruces con más vampiros, ellos sabrán que has sobrevivido, y acabarás muerta. Algo que no he hecho, como prometí.
Estupefacta, veía como su oportunidad de correr tras él se iba alejando con cada paso que daba. Y no lo hizo. No recuperó el collar, o el amuleto, pero lo que ocurrió tras aquello dejaría sin palabras a más de uno.


CONTINUARÁ...

Las sombras de la oscuridad-Capítulo 11-

|
<> Pero aquella idea se fue desvaneciendo tal cual las horas iban pasando. No por ello deseaba menos correr lejos de aquel lugar. No. Simplemente se sentía incapaz; incapaz de levantarse siquiera.

Cerró los ojos con cautela, no sin antes echar una mirada furtiva detrás de los arbustos que la escondían, esperando encontrar algo más que hojas amarillentas. Pero allí, para su suerte, no acechaba ningún vampiro, preparado para matarla.
Tras varios intentos de dormir, la luz hacía que esto fuera imposible. Así que, tras concienzarse tozudamente, se levantó y comenzó a caminar, desorientada. Todo con tal de que no la encontraran. Pues sabía que en cuanto la dieran caza, estaría muerta. Rodeó una mata de helechos y algo calló al suelo, pero no supo que era hasta que miró con curiosidad a sus pies, sin encontrar nada. Buscó algo en su cuello, pero había desaparecido. El collar que su padre le había regalado. Siempre lo llevaba al cuello. Tanteó el suelo hasta dar con algo metálico, pero no era lo que ella buscaba. Tras un rato largo, ya desesperado, encontró aquel preciado colgante y de nuevo lo colgó en el lugar al que correspondía. Se había asustado, pues era muy importante para ella, un recuerdo de su desaparecido padre. Jamás supo lo que le ocurrió. Pasó el dedo índice por la superficie, mientras seguía rumbo a ninguna parte, y sintió un escalofrío. Aquel metal tenía algo extraño, siempre lo había notado, pero nunco se paró a pensar el motivo. Los pensamientos, como piezas de un intrincado puzzle, fueron uniéndose, haciendo que este juego se formara en su cabeza. El collar. Su padre. Los vampiros. Los documentos. En esos momentos todo encajaba a la perfección. Miró tras ella, pero nadie la seguía. Debía mantenerse a salvo ahora que el atardecer caía sobre ella.

Los rayos de sol fueron tiñéndose de un color pardo, hasta el momento de desaparecer por las rendijas de aquel estrecho agujero. Se miraron, dispuestos a volver al lugar de donde no deberían haber salido ninguno de los dos. Sabían que tarde o temprano, Sag les descubriría, y mandaría matarlos. Pero hasta entonces debían hacerse con el amuleto de la luz. Debían hacer todo lo posible, ambos eran conscientes, por parecer enemigos, pues él debería estar muerto. Una lucecita se encendió en la cabeza de Sam.
- ¡Lo tengo! -exclamó, asustando a Steph.
Le miró, atenta, esperando oír algo para encontrar el amuleto. Pero Sam tan solo dijo:
- Me quedaré aquí.
El ceño de la vampira se frunció ante el comentario. No permitiría que él se quedara con el amuleto.
- Estarás de broma, ¿verdad?
- Para nada, Steph -hizo caso amiso de sus caras y continuó explicándoselo, despacio- Mira. Yo me quedo aquí. Tú volverás a casa y le dirás a Sag que estoy muerto, que cuente con uno menos. Y será eso lo que haga. Entonces Helena me dará los documentos y saldremos de aquí cuanto antes. ¿Te parece?
- ¿Helena?¿Cómo es que sabes su nombre Sam?
- Un jueguecito. Ya sabes los imples que son los humanos.
- Es dura, Sam, no te los dará. Y no permitiré que te dejes llevar y la mates.
- No lo haré, pero deja que me quede.
Ella negó, acompañando sus palabras con una breve afirmación:
- Sabes que no lo haré.
- Haz el esfuerzo, Steph. Hazlo por mí.
Ante sus palabras, solo pudo sonreír. <> pensó, recordando imágenes y momentos en los que fueron felices. Pero ahora estaban en la realidad, y no sabía si confiar plenamente en él, o llevárselo aunque fuera a rastras. Y decidió que lo mejor sería volver a confiar en él.
Las vueltas que daba la vida, sin duda.

Las sombras de la oscuridad-Capítulo 10-

|
Cuando despertó, estaba entre los árboles, que la protegían del frío viento que azotaba con fuerza las copas de los árboles. Una niebla algo espesa descendía hacia su posición, dejándola sin visión durante al menos una hora, en la cual Selma se quedó sentada, contemplando el horizonte -que no podía divisar-

Pensó en la noche anterior, y cerró los ojos intentando no ver aquellas imágenes. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, puede que por el frío, o tal vez por la sensación de desamparo y de miedo que paralizaba su cuerpo.
Estaba más que harta de aquella situación, pues ella era la víctima de sus garras, de sus engaños, y pronto también de sus colmillos. Quizás Sam estaba muerto, pues parecía estar en peores condiciones que aquella mujer que la había salvado de aquel monstruo. Había comenzado a cogerle cariño a aquel chico -algo más que cariño, por desgracia o por suerte- pero la noche anterior lo había pasado muy mal para continuar queriéndole. En sus ojos había visto como intentaba contenerse con todas sus fuerzas, pero luego se abalanzó sobre ella como un perro -gracioso, pues eran sus enemigos mortales- hambriento y desamparado. Pero anteriormente, había notado que la miraba demasiado, puede que para comprobar si era cierto que tenía en su poder a una humana de sangre sana y dulce. Tarde o temprano debía ocurrir, pues un humano y un vampiro jamás pueden convivir. Ley de vida.


Sus ojos se abrieron con el sol de madrugada, y a su lado, Steph hizo el mismo movimiento.
- ¡Joder! -maldijeron los dos al unísono, mientras cogían sus ropas a la máxima velocidad posible. Un sueve rayo de sol rozó el omóplato de Sam, quien se retorció de dolor al notar que ardía. Steph gritó al ver que los árboles no podían tapar toda la luz del día. Sus miradas, asustadas, volaban de un lado a otro del pequeño bosquecito intentando encontrar una solución coherente. Lo único que podían hacer era atravesar el conjunto de árboles, hasta llegar a la casa, donde tendrían que cobijarse hasta que de nuevo llegara la noche. Steph se agarró a la mano de Sam, como en los viejos tiempos, y juntos recorrieron el estrecho camino hasta llegar a la húmeda habitación de la colina, que estaba bajo suelo. Por una ventana se colaban algunos diminutos rayos de sol, pues la niebla comenzaba a acercarse desde el interior del bosque. Posiblemente si se acercara lo suficiente podrían regresar por los pasadizos de las cloacas, pero para eso tenían que recorrer un gran trecho, y a pesar de que el sol no daba demasiado calor aún, un simple y suave rayo quemaba sus blancas pieles al segundo, como le había ocurrido a Sam. Para eso sería genial el amuleto, pero el problema era que los documentos no estaban por ningún sitio. Sag había buscado y rebuscado en la casa de Selma mientras su madre compraba. Su hija había desaparecido, y los policias vigilaban de vez en cuando la casa, por lo que debían tener cuidado de no ser vistos, y aún así buscó, sin dar con ninguna pista de su escondite. Sam no podía permitir que hicieran daño a ninguna de las dos mujeres. Negó con la cabeza, sin darse cuenta de que Steph le miraba, atenta a cada movimiento. Se acercó a él, sensualmente. Él hizo una mueca, para evitarla, a pesar de que la noche anterior lo había pasado demasiado bien. Ella, reaccionó bastante bien, creyendo que era su herida la que le daba la lata.