Las sombras de la oscuridad-Capítulo 11-

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<> Pero aquella idea se fue desvaneciendo tal cual las horas iban pasando. No por ello deseaba menos correr lejos de aquel lugar. No. Simplemente se sentía incapaz; incapaz de levantarse siquiera.

Cerró los ojos con cautela, no sin antes echar una mirada furtiva detrás de los arbustos que la escondían, esperando encontrar algo más que hojas amarillentas. Pero allí, para su suerte, no acechaba ningún vampiro, preparado para matarla.
Tras varios intentos de dormir, la luz hacía que esto fuera imposible. Así que, tras concienzarse tozudamente, se levantó y comenzó a caminar, desorientada. Todo con tal de que no la encontraran. Pues sabía que en cuanto la dieran caza, estaría muerta. Rodeó una mata de helechos y algo calló al suelo, pero no supo que era hasta que miró con curiosidad a sus pies, sin encontrar nada. Buscó algo en su cuello, pero había desaparecido. El collar que su padre le había regalado. Siempre lo llevaba al cuello. Tanteó el suelo hasta dar con algo metálico, pero no era lo que ella buscaba. Tras un rato largo, ya desesperado, encontró aquel preciado colgante y de nuevo lo colgó en el lugar al que correspondía. Se había asustado, pues era muy importante para ella, un recuerdo de su desaparecido padre. Jamás supo lo que le ocurrió. Pasó el dedo índice por la superficie, mientras seguía rumbo a ninguna parte, y sintió un escalofrío. Aquel metal tenía algo extraño, siempre lo había notado, pero nunco se paró a pensar el motivo. Los pensamientos, como piezas de un intrincado puzzle, fueron uniéndose, haciendo que este juego se formara en su cabeza. El collar. Su padre. Los vampiros. Los documentos. En esos momentos todo encajaba a la perfección. Miró tras ella, pero nadie la seguía. Debía mantenerse a salvo ahora que el atardecer caía sobre ella.

Los rayos de sol fueron tiñéndose de un color pardo, hasta el momento de desaparecer por las rendijas de aquel estrecho agujero. Se miraron, dispuestos a volver al lugar de donde no deberían haber salido ninguno de los dos. Sabían que tarde o temprano, Sag les descubriría, y mandaría matarlos. Pero hasta entonces debían hacerse con el amuleto de la luz. Debían hacer todo lo posible, ambos eran conscientes, por parecer enemigos, pues él debería estar muerto. Una lucecita se encendió en la cabeza de Sam.
- ¡Lo tengo! -exclamó, asustando a Steph.
Le miró, atenta, esperando oír algo para encontrar el amuleto. Pero Sam tan solo dijo:
- Me quedaré aquí.
El ceño de la vampira se frunció ante el comentario. No permitiría que él se quedara con el amuleto.
- Estarás de broma, ¿verdad?
- Para nada, Steph -hizo caso amiso de sus caras y continuó explicándoselo, despacio- Mira. Yo me quedo aquí. Tú volverás a casa y le dirás a Sag que estoy muerto, que cuente con uno menos. Y será eso lo que haga. Entonces Helena me dará los documentos y saldremos de aquí cuanto antes. ¿Te parece?
- ¿Helena?¿Cómo es que sabes su nombre Sam?
- Un jueguecito. Ya sabes los imples que son los humanos.
- Es dura, Sam, no te los dará. Y no permitiré que te dejes llevar y la mates.
- No lo haré, pero deja que me quede.
Ella negó, acompañando sus palabras con una breve afirmación:
- Sabes que no lo haré.
- Haz el esfuerzo, Steph. Hazlo por mí.
Ante sus palabras, solo pudo sonreír. <> pensó, recordando imágenes y momentos en los que fueron felices. Pero ahora estaban en la realidad, y no sabía si confiar plenamente en él, o llevárselo aunque fuera a rastras. Y decidió que lo mejor sería volver a confiar en él.
Las vueltas que daba la vida, sin duda.

1 comentarios:

Ikana dijo...

Muchas, muchísimas vueltas xD

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