Las sombras de la oscuridad -Capítulo 4-

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- ¿Sam?

Nadie respondió. <> se dijo Larry, cuando regresó de cazar. Aquella noche no había encontrado a su compañero en ninguna zona de caza, y se había sorprendido, puesto que jamás se perdía ni una sola cacería. <> acertó de lleno. Esperaba que no se metiese en nada gordo. No quería verle morir entre las llamas a él también. Siguió buscando por todos los sitios que llegaron a su mente, pero en ninguno encontró a Sam. Frunció el ceño. Aquello olía a chamusquina. Y nunca mejor dicho...


Se coló en una alcantarilla, tan rápido como una bala, sin que nadie se diese cuenta. Atravesó los túneles de las cloacas -un conducto muy utilizado por los vampiros que se entretenían en la cacería- hasta llegar a una bifurcación. Meditó varios segundos, hasta que recordó el camino correcto, y tiró hacia el lado derecho. Sus pies estaban empapados, y su ropa algo sucia. Cuando llegó al final varias ratas escaparon del sonido de sus pasos, al tiempo que Sam finalizaba el recorrido introduciendose en una pequeña rendija en el lado izquierdo. Poco a poco aquello fue aumentando de tamaño, hasta ser del tamaño de un armario. Dió con una puerta de hierro forjado, que se abrió sola al contacto con su piel. Apareció en el hall del edificio, donde vivían todos los vecinos. No era exactamente un edificio, puesto que estaban bajo suelo, solo los vampiros. Llegó a su habitación, y se encontró a Larry con cara de preocupación. Sonrió.
- ¿Acaso me echabas de menos? -le preguntó.
No le devolvió la sonrisa, sino que se tumbó en la cama y cerró los ojos. Podían estar sin dormir, más o menos, una semana, pero la mayor parte de las noches dormían, puesto que su tiempo era tan largo que llegaba a aburrirles.
- Larry, sabes que me he entretenido...-odiaba mentirle, pero era para no meterle en más problemas- alguna vez debía pasar.
Pero su respuesta no fue la que deseaba escuchar:
- Mira, Sam, sabes que no me voy a inmiscuir en tus asuntos... -abrió los ojos y le miró fijamente- pero no soy tonto. Sé que andas metido en problemas.
Suspiró, y tras una breve pausa, en la cual Sam no dejó de mirarle, continuó hablando, esta vez más pausado.
- Puedes contármelo, no me quedan muchas horas de vida. Quizás me quede días, así que espero que quieras confiar en mí.
Recordó las palabras que le había dicho a aquella desconocida y pensó en que ni siquiera sabía su nombre. Lo averiguaría la noche siguiente. Procuraría descansar, y tranquilizar a Larry.
- No pasa nada, Larry. ¿No puedo retrasarme ni un solo día?
Negó con la cabeza. Aquello también le recordó a "la chica sin nombre"
- No te he visto por la zona de caza. Y siempre nos cruzamos.
Suspiró, intentando darle un poco de dramatismo al asunto, pero al parecer no lo consiguió, asi que decidió dejarlo por ese día.
- Esperaba que confiaras en mí.
- Y lo hago.-terminó la conversación con unas secas palabras. Abrió el primer cajón de la mesilla y sacó un folio y un lapicero nuevo. Tras esto, se tumbó en la cama y la dibujó exactamente igual, detalles incluidos. <> pensó en aquella mirada llena de miedo, tal vez de odio. La entendí perfectamente, puesto que él también odiaba ser quien era. Suspiró, cansado, y se recostó sobre la cama, intentando descansar un poco. Pero su cabeza le llevaba siempre al mismo lugar, donde había dejado a la chica. <> intentó tranquilizarse, pensando que allí estaría segura. Pero lo que uno piensa no es siempre lo real.


Se apoyó sobre uno de los codos e inspeccionó aquel extraño lugar, donde aquel vampiro de ojos violáceos la había dejado. Recordó aquellas últimas palabras y suspiro. Varios segundos después se golpeó con la palma de la mano y pronunció en alto:
- Pero que idiota eres, Selma. Ahora es un vampiro, tu mayor enemigo-comenzaba a delirar, hablando sola. Pero no había nadie allí para advertirle- ¿Qué será después? ¿Un hombre lobo?
Puso los ojos en blanco y decidió descansar. Quería volver a casa, pero algo se lo impedía. Algo extraño. Mágico podría decirse.
<<¿Soportarás un día sin mi protección?>> aquellas palabras aparecieron en su mente, pero no eran suyas. Eran la voz de aquel vampiro. <> se dijo, incapaz de comprender aquellas palabras. ¿Se estaría volviendo loca?
No supo cómo lo había hecho, pero de pronto notó que sus palabras llegaron a la mente de aquella chica. Se asustó al ver el revoltijo de imágenes y pensamientos, como una gran pantalla de plasma. No hurgó más en aquel espacio, sino que "huyó" de todo lo relacionado con su mente.





Las sombras de la oscuridad -Capítulo 3-

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Caminó arrastrando los pies sobre el asfalto oscuro, cruzando las calles medio sonámbula, y tan solo parándose en algún que otro semáforo. Había dormido horriblemente mal. Cada algo más de tres horas, ya estaba de nuevo despierta por las pesadillas que azotaban su mente. Sueños en los que aquellos seres chupa-sangre le convertían en uno de ellos. Se preguntó por qué no habrían acabado ya con ella. No era tan difícil, y ella no era peligrosa. ¿Por qué no estaba ya muerta, como Natalie, o convertida? No quería saber la razón, simplemente porque sino había ocurrido algo de eso era porque la necesitaban. Para algo malo, seguro. Sino, ¿por qué no acabar con ella de una vez? Se encongió de hombros y continuó su camino, adormilada, hasta llegar a clase. Una vez allí, el día se hizo tan corto que se sorprendió de que las clases hubieran acabado ya. Cuando salió al exterior, de nuevo volvió esa angustia de la que se había olvidado por unos momentos. No pudo evitar sentirse así, pero le aterraba aquella idea de que la fuesen a tortura o algo parecido. Así, se dio mucha más prisa en llegar a casa, donde -extrañamente, puesto que era vulnerable en cualquier lugar- se sentía segura. Su madre la miró preocupada.

- Selma, cariño, ¿estás bien?
Selma asintió, sin mediar palabra y continuó subiendo las escaleras, hasta el piso superior.
Se desnudó y se metió en la ducha, donde el agua fría la sacudió, dejándola exhausta. Necesitaba algo que la despejara, que no fuera el café. Odiaba el café.
Se acostó temprano, algo extraño viniendo de ella.
- A ti te pasa algo, Selma.-su madre insistía, y por más que le decía que no, ella no mitigaba sus esfuerzos. Y su instinto no fallaba, pero no debía enterarse. O correría mayor peligro que al que ya estaba expuesta. Apagó la luz tras sacar a su madre de su habitación y se recostó sobre la almohada, dispuesta a dormir. Y sí, cerró los ojos. Pero su descanso se vio de nuevo interrumpido por el crujir de las hojas del jardín, que como la noche anterior la inquietaron con creces.
Cerró los ojos y esperó que no se hubiese enterado. Corrió a esconderse entre dos árboles que le taparían de su vista, y en apenas un segundo ya estaba allí, lejos de su mirada. <<¿Cómo puedo ser ten imbécil y torpe?>> se maldijo Sam, harto de fastidiarla siempre en el último momento. <>
Se separó de la ventana un milímetro, lo suficiente para ver un breve movimiento entre los árboles del jardín. No pudo contener un débil grito de angustia, que apenas se oyó. <> le faltaba el oxígeno para pensar si quiera. Se separó despacio del cristal, intentando que aquel vampiro no la descubriera asomada allí, cuando aquellos ojos de color violáceo se posaron en ella, mirándola fijamente desde el otro lado del cristal. Su corazón se paró, de golpe, y tras varios segundos de shock, volvió en sí. Miró a ambos lados de la habitación. No había salida, debía aceptar su muerte. <> Asintió decidida y en un acto de rebeldía, abrió la ventana dejando que aquel ser entrase en la habitación. Le tembló el pulso, pero al fin consiguió abrirla. Él Sonrió. Era la sonrisa más perfecta que había visto nunca. <> Como si sus pensamientos hubiesen sido dichos en alto, él cerró sus labios, y posó su vista en la vena ahorta, que palpitaba jugosa.
- ¿Qué quieres de mí? -susurró respirando agitadamente -Mátame si es lo que deseas.
La miró fijamente, con aquellos ojos violáceos, tan extraños en la raza humana, pero tan comunes en la raza de los vampiros. Contuvo la respiración.
- No quiero nada más que esos documentos que posees. Te dejaré vivir si me los entregas. -a pesar de que era sincero, Selma no se creyó ni una sola de sus palabras.
- No me dejarás vivir -respondió resollando.
Acobardada, fue incapaz de adelantar un paso para que se diera cuenta que no era tan débil como parecía. Pero como se temía, ni sus piernas actúaban ya por medio de su cabeza.
- Lo haré. Seré compasivo por una vez en mi longeva vida- se extrañó de sus palabras. Sonaban como esos libros antiguos, típicos de grandes bibliotecas donde hay un espacio para "lectura antigua". Aún así, seguía sin fiarse.
Negó con la cabeza, dando a entender que pensaba lo contrario.
- Además -comenzó a recuperar la voz poco a poco- no están de mi mano. Ya no.
Él se rió en silencio y pronunció aquellas palabras:
- Eres realmente preciosa, ¿lo sabías?
Selma hizo una mueca de asco, que dejó bien claro que no pensaba responder.
- No entiendo por qué, si tan atemorizada estás, me has dejado entrar.
- Mátame ya si es lo que deseas. No te lo voy a impedir. -Aquellas palabras eran estúpidas, puesto que era considerablemente inferior a aquel ser.
La sonrisa no desaparecía de su rostro, como si le hiciera mucha gracia sus comentarios.
- No te mataré. Quiero los documentos.
Tragó saliva ruidosamente, y su pulso comenzó a acelerarse cuando se acercó a ella, paso a paso.
- No te tengo miedo -mintió.
Él ni siquiera sonrió, pero sus brillantes ojos le delataron. Sus pasos crujían, sobre el suelo de parqué. A cada paso que aquel ser daba, Selma se acercaba más a la puerta. Miles de pensamientos cruzaron su mente a una velocidad vertiginosa. Revoloteaban en su interior, como mariposas. Y para su sorpresa lo único que consiguió pronunciar antes de caer al suelo fue:
- Moriré contemplando tus ojos.- aquellas estúpidas palabras que marcarían para el resto de sus vidas.
La cogió entre sus brazos, cuidadosamente, y saltó de tejado a tejado como una sombra. La rapidez era su fuerte, y no ser visto con aquella humana era su prioridad. Sag no debía saber de aquello. Además, los documentos no estaban en ningún sitio. Fue incapaz de dar con ellos.
Cuando ya había encontrado el lugar ideal para esconder a la chica, esta despertó, extenuada.
- Tu... tu no me...-no pudo mediar palabra, le era imposible.
- Duerme, yo te protegeré de él. No te preocupes.
Ella quería confiar, lo notaba en su mirada, pero confíar en un vampiro no era algo fácil, a pesar de que no la había matado. Decidió rendirse, no sin antes contemplar de nuevo sus ojos, que la miraban sin descanso.
El sol comenzó a salir. Sam debía salir de allí si no quería tener problemas.
- Espérame...-le dijo a Selma, protector- No te muevas, estaré aquí de nuevo e cuanto anochezca. No regreses a tu casa, ellos te estarán esperando.
Selma asintió, obediente. Para su desagrado, empezaba a gustarle.

Las sombras de la oscuridad -Capítulo 2-

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"Menudo sábado" pensó, rememorando lo ocurrido. Una lágrima rodó por su mejilla, y se coló en su boca. Se obligó a pensar en algo que no tuviera relación con su amiga, pero todo le recordaba a ella. "Idiota" se dijo a sí misma, en silencio. Desde allí, podía ver la luna. Una gran luna blanca. Fijó la vista en las carpetas de la estantería. No quería que le atacasen también a ella. Tenía miedo, y debía admitirlo. Le hubiese gustado meterse en la cama de su madre, para que la protegiera, como aquella vez, cuando su padre no volvió. Se consolaron mutuamente, acordando dejar de llorar, ambas. Y allí estaba ella, derramando lágrimas como para dar de beber a un regimiento. Se rió de su propia ocurrencia, y al poco cerró los ojos para dormirse en apenas unos minutos.


Las pulsaciones eran cada vez menores. Rítmicos latidos acompasados, que sonaban como una melodía en sus oídos. Pero se contuvo de entrar y beber cada gota de aquel manjar. Descendió con pasimonia hasta el alféizar de su ventana. Su mirada se posó sobre aquel cuerpo inmóvil que descansaba entre sábanas de algodón. Su cabello negro resaltaba en la almohada blanca y a la luz de la luna, tenía un brillo sorprendente. No se le escapó ni un solo detalle de aquella pequeña habitación. La cama, dispuesta frente a una estantería repleta de libros. Las zapatillas, sobre la alfombra negra, que adornaba el suelo del cubículo. Un armario, a la derecha de la chica. Y a su izquierda, bajo la ventana, un pequeño escritorio. Algunos cuadernos y varios libros descansaban sobre aquel trozo de madera. Le extrañó que no hubiese bajado la persiana de su haitación, puesto que se exponía a un peligro mayor si la dejaba subida. "Que simples son los humanos" pensó sonriente. Tras esto, descendió hasta la planta inferior, bajando por el canalón. Ni siquiera se escondió para evitar que le vieran. Y nadie le vio. En el interior, todo estaba tranquilo. Recorrió las habitaciones y salitas con la mirada, esperando encontrar los documentos que debía llevar a Sag, pero allí no había nada.
Volvió al piso superior, trepando por un árbol, y saltando después a la primera ventana.

Se despertó de pronto, al oír un gorpe sordo en su ventana. Su carozón latía acelarado. Se temía lo peor. Pero allí no había nadie, lo que le hizo encogerse de miedo. Sin embargo, se armó de valor suficiente como para destaparse -todo un logro, ya que el miedo la tenía paralizada- y acercarse a la ventana. Sus pies descalzos se resintieron al contacto con el frío suelo. Pero unos goterones de sudor recorrían su rostro sin piedad. El pelo se le pegaba a la cara, pero ni siquiera se atrevió a quitarse el pelo de los ojos, por miedo a que ocurriese algo. Sus ojos se achicaron para vislumbrar algo en la oscura noche. Sabía lo que aquellos seres podían hacer, pero no podía hacer nada por evitarlo. En los cuentos solían decir que repelían los ajos y el agua bendita, pero ninguna de esas cosas les hacían daño. Posiblemente la plata sí. Se tocó el collar que llevaba colgando en el pecho, un regalo de su padre, antes de irse para siempre. Y sí, por suerte era de plata. Las ramas de los árboles se movían con brusquedad, de un lado a otro, zarandeadas por la fría brisa que azotaba el exterior. No fue capaz de asomarse, por miedo a ser atacada; así que tras estar un buen rato delante de la ventana, esperando acontecimientos, se decidió a volver a la cama, sin perder un solo momento de vista el cristal que le separaba del exterior.
Se asomó de nuevo a la ventana, sin que ella le viera. Se había asombrado por el color de sus ojos; era preciosa. Bajó al suelo sin el menor ruido, y caminó despacio, hasta llegar al barrio pobre. Allí, se alimentó de aquellos pobres humanos, a quien nadie echaría en falta. Volvería, y acabaría con el trabajo.



Las sombras de la oscuridad -Capítulo 1-

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Respiró agitadamente. Había corrido a través de las calles vacías -era demasiado pronto- hasta llegar a aquella estatua, frente a la Biblioteca. Se atusó el jersey y se sacudió los pantalones, nerviosa. En un acto reflejo se dio la vuelta de golpe, pero comprobó que allí no había nadie. Entró despacio, intentando disimular que le faltaba aire, hasta llegar a la sección de Física. Recorrió la estantería en busca de algo interesante, que le pudiese ayudar en el exámen. Pero estaba tan nerviosa que no pudo concentrarse. En sus manos estaban aquellos documentos. Y no podía evitar mirarlos de reojo.

Se sentó en una mesa, con un libro escogido al azar, y aquellas carpetas que se había llevado de la casa de su amiga, ahora muerta. Estaba segura de que habían sido aquellos repugnantes seres, que cada noche rondaban los barrios pobres de la ciudad, buscando algo que llevarse a la boca. Pero al parecer se habían cansado de aquella sangre. Fijó la vista en el primer folio de una de las carpetas.
"Proyecto sacrificio" rezaba el título, en letras grandes. Bajo aquel titular, en letras algo más pequeñas se explicaba todo lo relacionado con esto. Respiró hondo. Fue pasando las páginas ansiosa, pero se tranquilizó al saber que estaban todas y cada una. Al cabo de una hora, dejó el libro en su sitio, y salió a la calle.


- ¡Maldita sea, Larry!- dio un puñetazo sobre la mesa.- Ella tenía aquellos manuscritos en su casa... ¡Y no se te ocurre otra cosa que matarla!
Apartó un bote de un manotazo, haciéndolo caer al suelo. Larry dio un respingo, pero no se agachó a cogerlo.
- Yo... Sag, yo... No sabía...- su voz sonaba atemorizada, pero Sag le miraba con fiereza, sin pararse a sopesar si quiera sus palabras.
Se levantó agilmente, y con porte magistral se acercó a él.
- Dime ahora que no has sido tú; te cortaré en pedazos y te echaré al fuego. Abrasador...- salió de la habitación dejando que aquella palabra volara en la mente de Larry, martirizándole. Se dejó caer sobre la silla de cuero. Habría llorado, pero era imposible que cayera una sola lágrima por sus mejillas.
Sus ojos marrones se oscurecieron hasta ser de un color negro azabache. Su pálido rostro no hacía más que desfigurarse al imaginarse echo pedazos, sobre un fuego ardiente. Se levantó de golpe e intentó calmarse. Volvió a su habitación lo más despacio que pudo, esperando que Sam no hubiese llegado ya.
Cuando abrió la puerta, vio que su compañero ya estaba allí. Pero para su sorpresa no pronunció palabra.
Cerró la puerta detrás suyo y se tumbó sobre aquel incómodo colchón, que la mayor parte de las veces hacía de sillón improvisado. A su lado había varios bocetos a lápiz. En uno aparecía un niño, de carnosos carrillos, algo robusto y con un brillo especial en sus ojos. Debajo, una mujer esbelta, de larga cabellera y prominentes pechos parecía querer decir algo. Sus dibujos, como siempre, eran extraordinarios. Sonrió lo más que pudo cuando notó que Sam le clavaba la vista, en busca de su aprobación. Los retiró de la cama y los guardó en un cajón, lleno de dibujos como aquellos.
- ¿Cómo es que habéis llegado tan tarde?- continuó dibujando, concentrado en unas líneas que parecíans ser los labios de un hombre.- Ya hace rato que ha amanecido.
- Lo sé- asintió Larry con la cabeza.- Volvimos algo más tarde de media noche, cuando aún no habías vuelto. Sag me llamó para que fuera a su despacho.
Al oír aquello, dejó el lápiz junto al folio y le miró interrogante:
- ¿Qué ha pasado ahora? ¿Te has vuelto a meter en líos?
Volvió a asentir.
- Pero esta vez son graves... -le contestó- Maté a la portadora de los documentos, y estos han desaparecido. Pero creo que aún ignora la última parte... Sino, ya habría acabado conmigo.
Lo vi escrito en su mirada. Pronto no nos volveríamos a ver.


Selma llamó al timbre. Varios segundos después apareció su madre aún en pijama. Miró la hora en su reloj. Las 12:34 de la mañana. Entró despacio, tanteando cada paso que daba. Miró a su madre de reojo. Ella ya se había fijado en aquellas tres carpetas, pero no hizo preguntas incómodas, sino que la dejó en paz. Subió las escaleras veloz, pensando el lugar ideal para esconder lo que portaba en sus manos. Dibujó un amplio círculo con la vista en su propia habitación, pero luego rechazó la idea con un leve movimiento de cabeza. Era demasiado corriente. Sería el primer lugar en el que buscarían. Fue entonces a la habitación de su madre. Pero aquello también era una mala idea. No quería causarle problemas. Miró a través del gran ventanal de su habitación. No podría esconderlo cerca de ella, pero tampoco lejos -sino quería perderlos por casualidad- así que la cosa estaba difícil. Entonces algo cruzó su mente. "Cuanto más a la vista, menos lo verán". Hizo hueco entre varios libros en su estantería. Cogió un gran trozo de papel y escribió "Literatura" sobre él. Lo pegó encima de su nombre, con mucho tiento, intentando que no se viera el boli negro que había escrito en la carpeta. En la otra colocó un papelito con un "Álgebra" de color azul. La última, llevaba un papelito con la palabra "Física". Satisfecha, fue a darse una ducha de agua caliente.


Subió al tejado, despacio y con delicadeza, sin hacer el menor ruido. Sus pies volaban sobre la oscuridad de la noche, como un pajarito sobre las copas de los árboles. Se sentó apoyando la espalda contra la chimenea que sobresalía de la casa sobre la que estaba, y contempló perplejo la gran luna, que se abría paso entre las nubes del cielo. Sag le había encomendado un "trabajillo", y desde luego, no le hacía la menor gracia. Pero debía acatar sus órdenes si no quería probar su furia. Varios chicos más habían muerto en el último mes, presas de sus mortíferas manos.
Un gato pasó a su lado. No le dio tiempo a reaccionar, cuando ya estaba muerto, seco de sangre. Sam se lamió los labios, complacido, a pesar de que apenas había sido un amargo trago. Pero era lo suficiente como para contenerse varias horas más, hasta acabar con su trabajo.

Las sombras de la oscuridad

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Dos sombras se agazaparon tras unos arbustos, a la espera de que algún desprevenido transitara aquella calle, ahora desierta.

- Vámonos de aquí, ¿no te das cuenta de que no hay nadie? -bisbiseó la primera sombra.
- ¡Maldita sea, tengo sed, Larry! - la segunda sombra respondió suspirando.
- Se acabó, mañana será otro día.
Larry fue el primero en salir, como si nada hubiera pasado, a pesar de que nadie vigilaba sus movimientos. Miró hacia el edificio que se extendía a sus espaldas, y se fijó en una de las ventanas que daban al callejón, en la parte superior. Una mujer de cabellos claros acunaba a su hijo mientras la abría. Se les hizo la boca agua al escuhar y oler las palpitaciones de la sangre en el interior de aquellos desconocidos.
- ¿Y si...? - A Oddie no le dio tiempo a terminar, cuando su compañero trepó hasta lo mas alto. Oyó el grito de la mujer, al ver como aquel ser se abalanzaba sin remedio alguno sobre ella y su pequeño. Y después; silencio.
Gruñó por lo bajo:
- No seré yo quien se quede sin comida y encima tenga que dar explicaciones.
Así, se lanzó hacia aquella ventana, de donde provenía aquel olor dulzón a sangre fresca.


Selma bajó las escaleras de dos en dos, pasando por el salón y llegando a la cocina. Esa mañana se había levantado antes de lo previsto para ir a la biblioteca, a pesar de ser sábado. Pero ese mismo Lunes tenía un exámen que debía preparar bien para no suspender. No se lo podía permitir.
Le dio un beso en la mejilla a su madre, quien se sorprendió de aquella muestra de cariño por parte de su hija, y cogió una tortita del plato grande. Un chorro de chocolate la inundó por completo. Comenzó a comersela, bastante más contenta de lo normal.
Tenía 22 años, pero aparentaba 18 por su físico escuálido, y su estatura. Destacaba por sus ojos azules turquesa. Esa mañana se había enfundado en un jersey de cuello alto negro -hacía bastante frío- y unos pantalones del mismo color.
Su madre hizo amago de coger el mando, para cambiar de canal, puesto que daban un reportaje estúpido sobre un hombre que presumía de musculitos. Pero en la pantalla apareció de pronto la foto de Natalie. Frenó el movimiento de su madre y se quedó con los ojos fijos en la pantalla. Un hombre canoso y de voz ronca se atusó la camisa y comenzó a hablar apesumbrado.
"Una mujer de 29 años llamada Natalie Lennam, y su hijo de seis meses, fueron asesinados la pasada noche del viernes. Los forenses explican las causas de esta muerte." A su lado, otro hombre, algo más joven comenzó a hablar. " Esta joven falleció al serle extraida toda la sangre del cuerpo. No sabemos que ha podido ocurrir ni cómo, puesto que no se han encontrado restos de balas ni agresiones y por lo que hemos podido investigar, tampoco hay huellas que aporten una pista al caso.
Apagó la pantalla y se puso en pie ante la atenta mirada de su madre.
- ¿Esa es...?- preguntó amargamente, al ver el sufrimiento que se escondía en los ojos de Selma.
Pero ella no respondió, sino que cogió su abrigo y salió corriendo de la casa.


Llegó sofocada al edificio de ladrillo, donde su amiga yacía muerta, entre policías. Intentó entrar por la puerta principal, pero uno de ellos le cortó el paso con la mano. Se sentó en la escalera, buscando la forma de entrar a la casa. Una idea se abrió paso en el tumulto de pensamientos de su cabeza. Se puso de nuevo en pie.
Caminó por el callejón hasta dar con la escalera de emergencia, que se comunicaba con cada uno de los pisos del edificio. Ascendió hasta llegar a la perteneciente a Natalie. Su brillante idea se convirtió en nula cuando al ir a abrirla, comprobó que estaba cerrada. Maldijo por la bajo, y sopesó la única opción que le quedaba para entrar en el piso. Cogió aire y se encaramó a la ventana, dándose cuenta, algo tarde, de que bajo sus pies no había nada. Solo aire. Un gritito de angustia salió de su garganta. Cerró los ojos fuertemente y con torpeza intentó encontrar un punto estable donde apoyar los pies. Un pequeño agujerito entre los ladrillos sueltos fue su salvación. Ya no colgaba sobre el vacio, por lo que la opresión en el pecho fue desapareciendo. Sin embargo el subidón de adrenalina seguía manejándola. Se apeó un poco más, hasta apoyar los codos en el alféizar e intentó subir una de las piernas. Cuando se quiso dar cuenta, ya estaba de rodillas frente a la ventana. Entonces se dio cuenta de otra cosa. Frente a ella había una ventana que posiblemente estuviese cerrada. Resopló, echa polvo e intentó no desesperarse. Algo que le resultó imposible. Bajo ella, a bastantes metros estaba el suelo. Un, en caso de caída, mortífero suelo. A su izquierda, la escalera de incendios. Y frente a ella, la maldita ventana. Suspiró desesperada y colocó los dedos, de forma que con un simple empujoncito cediese. Y para su sorpresa, así fue. Fue silenciosa, hasta tal punto que pensó en dejar su botas en la ventana. Se rió de su ocurrencia y se internó en la casa. Esa habitación era la de invitados, donde tantas veces había dormido, y donde jamás volvería a dormir. Abrió la puerta con sigilo y caminó por el pasillo. En la tercera puerta -la habitación de su hijo- un ajetreo de gente la devolvió a la realidad. Acababa de hacer algo ilegal, al haberse colado sin permiso de la policia. Pero eso era lo que menos le importaba en esos momentos. Abrió la puerta que quedaba a la izquierda y entró. Puso el pestillo y se quedó quieta durante unos segundos. Aquella pequeña haitación, convertida en estudio estaba formada por una mesa, que ocupaba la mayor parte de la pared, un pequeño armario y una silla de escritorio. Abrió el armario, silenciosamente. Dentro habia tres cajones y tres estanterioas, llena de libros y documentos clasificados en carpetas. Cogió una de ellas, en las que se leía, con letra gorda, su nombre. Lo apoyó en el suelo, y continuó su búsqueda, abriendo el segundo cajón. Encontró otros dos portafolios con su nombre. Y ahí acabó su búsqueda. Reculó poco a poco hasta llegar a la puerta. Se fijó en que todo quedara en su sitio, y con los documentos en la mano, abrió la puerta. Seguía oyéndose gente al otro lado de la puerta que quedaba justo enfrente. Volvió a la primera habitación, por donde se había colado y se asutó. ¿Cómo iba a llegar a las escaleras con las carpetas en la mano? El miedo la paralizó, pero se obligó a pensar, puesto que no podía quedarse mucho tiempo más. Se le ocurrió algo estúpido, pero que posiblemente serviría. Se desabrochó el cinturón y se lo enrolló en el estómago, dejando entre medias los documentos. Se subió el pantalón para tapar el borde de abajo, para que no cayeran y se apeó de nuevo a la ventana.


Cuando llegó a la escalera, dejó escarpar un suspiro de satisfacción por haberlo conseguido. Comprobó que los documentos estuvieran sanos y salvos y bajó hasta el suelo. Corrió a través del callejón hasta la carretera principal, para ir a la biblioteca.