Las sombras de la oscuridad-Capítulo 10-

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Cuando despertó, estaba entre los árboles, que la protegían del frío viento que azotaba con fuerza las copas de los árboles. Una niebla algo espesa descendía hacia su posición, dejándola sin visión durante al menos una hora, en la cual Selma se quedó sentada, contemplando el horizonte -que no podía divisar-

Pensó en la noche anterior, y cerró los ojos intentando no ver aquellas imágenes. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, puede que por el frío, o tal vez por la sensación de desamparo y de miedo que paralizaba su cuerpo.
Estaba más que harta de aquella situación, pues ella era la víctima de sus garras, de sus engaños, y pronto también de sus colmillos. Quizás Sam estaba muerto, pues parecía estar en peores condiciones que aquella mujer que la había salvado de aquel monstruo. Había comenzado a cogerle cariño a aquel chico -algo más que cariño, por desgracia o por suerte- pero la noche anterior lo había pasado muy mal para continuar queriéndole. En sus ojos había visto como intentaba contenerse con todas sus fuerzas, pero luego se abalanzó sobre ella como un perro -gracioso, pues eran sus enemigos mortales- hambriento y desamparado. Pero anteriormente, había notado que la miraba demasiado, puede que para comprobar si era cierto que tenía en su poder a una humana de sangre sana y dulce. Tarde o temprano debía ocurrir, pues un humano y un vampiro jamás pueden convivir. Ley de vida.


Sus ojos se abrieron con el sol de madrugada, y a su lado, Steph hizo el mismo movimiento.
- ¡Joder! -maldijeron los dos al unísono, mientras cogían sus ropas a la máxima velocidad posible. Un sueve rayo de sol rozó el omóplato de Sam, quien se retorció de dolor al notar que ardía. Steph gritó al ver que los árboles no podían tapar toda la luz del día. Sus miradas, asustadas, volaban de un lado a otro del pequeño bosquecito intentando encontrar una solución coherente. Lo único que podían hacer era atravesar el conjunto de árboles, hasta llegar a la casa, donde tendrían que cobijarse hasta que de nuevo llegara la noche. Steph se agarró a la mano de Sam, como en los viejos tiempos, y juntos recorrieron el estrecho camino hasta llegar a la húmeda habitación de la colina, que estaba bajo suelo. Por una ventana se colaban algunos diminutos rayos de sol, pues la niebla comenzaba a acercarse desde el interior del bosque. Posiblemente si se acercara lo suficiente podrían regresar por los pasadizos de las cloacas, pero para eso tenían que recorrer un gran trecho, y a pesar de que el sol no daba demasiado calor aún, un simple y suave rayo quemaba sus blancas pieles al segundo, como le había ocurrido a Sam. Para eso sería genial el amuleto, pero el problema era que los documentos no estaban por ningún sitio. Sag había buscado y rebuscado en la casa de Selma mientras su madre compraba. Su hija había desaparecido, y los policias vigilaban de vez en cuando la casa, por lo que debían tener cuidado de no ser vistos, y aún así buscó, sin dar con ninguna pista de su escondite. Sam no podía permitir que hicieran daño a ninguna de las dos mujeres. Negó con la cabeza, sin darse cuenta de que Steph le miraba, atenta a cada movimiento. Se acercó a él, sensualmente. Él hizo una mueca, para evitarla, a pesar de que la noche anterior lo había pasado demasiado bien. Ella, reaccionó bastante bien, creyendo que era su herida la que le daba la lata.

Las sombras de la Oscuridad -Capítulo 9-

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Se abalanzó sobre ella tan rápido que no pudo correr siquiera. Sus colmillos afilados estaban a punto de introducirse en su cuello, cuando algo le apartó de ella, con violencia. Escuchó las palabras de odio que surgieron de su boca. Era una mujer rubia la que la había salvado de ser devorada por aquel repugnante ser. Selma se fijó en que ella también era vampira, pues sus largos colmillos la delataban. Silenciosamente fue alejándose de la escena, donde ambos intentaban lanzarse a la yugular del otro con dureza, en una lucha encarnecía en la que parecía superarle la chica. Encogida de miedo, corrió, esperando que ninguno de los dos la siguiera. No había luna, o por lo menos ella no la habñia visto aún. Estaba sofocada, pero se obligó a seguir entre los árboles. Aún los gruñidos de los dos vampiros, que al parecer, seguían intentando matarse. Estaba tan asustada que su piernas la condujeron a través de la oscuridad sin rumbo fijo. En aquellos momentos preferiría no haber tenido el privilegio de ser la "elegida" para guardar los documentos. Entonces recordó que el amuleto que llevaba colgando de su cuello era de plata, o por lo menos parecía serlo. Sin embargo recordó como Sam habría seguido de no ser por aquella chica. No entendía nada, y no podía pararse a pensar en aquellas cosas, pues debía alejarse lo más rápido posble de aquella pelea, si no quería salir herida. Llegó lo más lejos que pudo, pero incomprensiblemente seguía oyendo el jadeo continuo y sus cuerpos al chocar. Cayó rendida, sn saber donde estaba y si desperteraría o no volvería a ver la luz del sol. No quiso pensarlo más y cerró los ojos.



Sus miradas se cruzaron de nuevo, y ella gruñó, advirtiéndole.
- ¡Basta, Steph!
Pero sus palabras no surtieron efecto sobre aquella vampira, que se lanzaba una y otra vez buscando la forma de matarle. Ninguno de los dos podía manejar fuego, pues en ese caso morirían los dos, pero si sus dientes se clavaban en su cuello, caerían desfallecidos hasta ser incinerados-por llamarlo de alguna forma-
Ninguno de los dos quería caer en manos del otro. Y parecía extraño, pues el amor que siglos atrás les unía no se podía comparar a ningún otro amor entre vampiros. Pero un día él se fue de aquella ciudad, dejándole tan solo una pequeña nota, con buena caligrafía y un pequeñ corazón en una de las esquinas del papel. Y todo ello porque había matado a varias personas en su entorno, a las que la policía buscaba. No supo como reaccionar, a pesar de que él podía con más policías de los que había en aquel lugar. Pero no quería causar más daños a la especie humana, pues según Sag, pronto acatarían sus órdenes; es decir, serían sus esclavos. Y todo cambió para ambos. Steph encontró un compañero de caza bastante peculiar, pues era capaz de desaparecer ante ella sin dejar rastro. Y eso para los vampiros era muy diícil. Él le enseñó muchas técnicas para pasar desaparcibida para los humanos, aunque con los vampiros nunca funcionó.
Por el contrario, Sam volvió a ser un títere de Sag, a quien odiaba enormemente; y el sentimiento parecía sre mutuo. Pero si quería hacerse con los documentos debía ser paciente. Y había tenido la solución frente a él, puesto que aquella desconocida era la portadora de tan intrigante misterio. Pero había ocurrido algo, que nadie podría haber imaginado. Un vampiro, jamás se enamora de un humano, excepto en casos especiales. Algunos de estos se estudiaban en los colegos e institutos humanos e incluso en las universidades. Grandes obras adapatadas para ellos,que en un principio tenían por protagonistas a personajes de distintas razas entre sí. Y él, nada más y nada menos, era una de esas excepciones sin sentido de las que tanto se hablaba entre los humanos.
- Te fuiste, me dejaste sola...-sus ojos eran fieros, tanto, que hasta se asustó.- Y ahora he vuelto para matarte por lo que me hiciste.
Le agarró por la camisa echa ya jirones con una mano, y con la otra tiro de su brazo hasta colocarlo tras su espalda. Tras esto le dijo al oído, entre jadeos:
- Jamás te olvidaré, Steph -le recordó aquellas palabras que había pronunciado meses antes de desaparecer.- ¿Lo recuerdas?
Él le devolvió una mirada suplicante. Ella no quería matarle, en realidad, no. Y aquella mirada fue lo que le salvó la vida a Sam.
Éste, tras comprobar que Steph le soltaba poco a poco, se giro y acercó sus labios a los de aquella chica.
- Sabes que no podría olvidarte por nada del mundo. Lo sabes- el jadeo era ahora mutuo.
Le agarró del cuello, mientras él colocaba su manos en sus caderas, tan perfectas como recordaba. Saborearon aquel beso, excitados como hacía tiempo que no lo estaban. Su lengua bajó despació por su fino cuello. Sus pasos se perdieron entre los árboles, mientras las prendas caían al suelo, con pasión. Posó su lengua en su ombligo, mientras descendía lentamente, oyendo de fondo sus gemidos, que no hacían más que repetirse. Subió de nuevo y los posó sobre los suyos. Le agarró de los glúteos, y ella le rodeó los caderas con las piernas, empotrándose así contra un árbol cercano. Ambos se fundieron en un ir y venir de movimientos acompasados, llevados por las respiraciones entrecortadas de ella, que gemía sin descanso. Su voz se perdió entre la oscuridad del pequeño bosque que les rodeaba. Volvieron sobre sus pasos, y ella le tiró al suelo, separándose tan solo unos instantes. Una sonrisa se extendió sobre su cara, una sonrisa expresamente para él. Se sentó a horcajadas sobre Sam, notando como de nuevo su miembro se introducía en ella, con suma delicadeza, pero con lujuria. Cabalgó sobre él, viendo en sus facciones el placer que le estaba produciendo. Sam, al notar como ella se mojaba, comenzó a subir la intensidad con la que la prenetraba. No paró hasta que un gemido provocado por el orgasmo les hizo separase.
Pero su cabeza no estaba en aquella mujer -vampira- que tenía a su lado.

Las sombras de la oscuridad -Capítulo 8-

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Atravesó el pasillo con aire despreocupado, a pesar de que nadie la espiaba ni pensaba seguirla allá donde iba. Desvió la mirada varios metros hacia la izquierda, y lo que sus ojos destinguieron en la oscuridad la hicieron sonreír. Una puerta metálica que debía de dar al canal, para aparecer después en alguna alcantarilla. Estaba segura de que Sam conocía aquel camino, y que la habría utilizado más de una vez para no ser visto. El simple roce de sus manos con la superficie metálica hizo que algún mecanismo se activara y abriera la puerta con un simple "click". Miró dentro del claustrofóbico agujero -pues no se le podía llamar de otra forma, dadas sus reducidas medidas- y maldijo el momento de regresar a aquel antro bajo tierra. No supo exactamente como, pero unos segundos después, apareció al otro lado, donde las aguas arrastraban todo tipo de objetos.

No tuvo tiempo de pensar, pues a lo lejos vio una silueta que caminaba silenciosa. Su vista de vampira, desarrollada tras años de experiencia le hizo saber que aquel era Sam. Cuando a penas había llegado donde aquella sombra había estado, descubrió con asombro como se bifurcaba el canal. Allí, de nuevo, perdió su pista. Se introdujo silenciosa por el derecho. Al rato comprendió que ya no podía seguir más, puesto que aquella elección había sido la errónea. Volvió atrás, sobre sus pasos, pero se perdió entre las cloacas que se rompían una y otra vez en más y más túneles sin salida. Apretó los dientes con fuerza, y continuó cruzando los túneles, eligiéndolos al azar, cuando un pestilente olor la obligó a recular varios pasos atrás. Frente a ella, en el suelo, había un cuerpo, putrefacto, en vías de descomposición, al que al parecer-por las marcas amoratadas de su cuello-habían ahorcado. Un poco más allá, vió otro, esta vez su sangre estaba derramada, y un hilillo corría por las aguas turbias de las cloacas. Sus sentidos, al oler la sangre de aquellos cuerpos, se activaron al máximo, averiguando así, por casualidad, el lugar por el que Sam había escapado.


La oyó prederse entre los pasadizos de las cloacas, mientras él desaparecía de su vista. Descendió varios metros, que le parecieron kilómetros, pues el silencio que allí reinaba era de todo menos agradable. Así, al rato salió de allí, para adentrarse en las tinieblas de la noche, en busca de Helena. Pero cuando regresó a la pequeña habitación ella no estaba allí. Corrió colina abajo, buscando entre los árboles, pero seguía sin aparecer
- ¡Mierda!-dijo en alto, ignorando el hecho de alguien le pudiese oír. <> cerró los ojos lo más fuerte que pudo, y al hacerlo oyó el crujido de las hojas cerca de allí. "Voló" en silencio a través de la oscuridad, que para él no fue impedimento para encontrarla, acurrucada entre dos arbustos un poco más grandes que ella. En un acto reflejo, Selma colocó sus manos en posición de defensa, como para protegerse de algo. Una sonrisa de alivio apareció en sus finos labios. Al no notar nada sobre se ella, quitó las manos de su rostro y le miró fijamente.
- Pensé...pensé que tú eras...-suspiró aliviada, aunque aún no estaba segura de que fuera la forma más indicada de actuar ante un vampiro. Él le tendió la mano, esperando que acogiese el gesto, pero Selma se levantó sola, ignorándole.
- ¿Quién creías que era? -su cara comenzó a perder el color, y frunció el ceño, buscando la respuesta. Pero no pudo concentrarse mucho más tiempo, notaba como su autocontrol se iba agotando con cada latido de aquella chica.
- Alé...jate...-sus palabras eran entrecortadas, y Selma no comprendió a que se refería.
De pronto sus ojos comenzaron a clarear. Cerró los puños en un intento de controlar su sed. Ella lo notó y se apartó poco a poco, mirando de vez en cuando atrás. Para su sorpresa, Sam no desapareció, sino que se agachó frente a ella e intentó contenerse allí mismo. Pero no pudo hacerlo. Sus ojos cobraron una intensidad imposible. Los colmillos se alargaron, sobresaliendo de su boca. Selma se asustó, y gritó, pero no le dio tiempo a comenzar a correr, cuando sobre ella todo se tornó negro.

Las sombras de la oscuridad- Capítulo 7-

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Mientras su cabeza daba vueltas al respecto, vió en sus ojos aquel movimiento, y antes de que ella le clavara sus largas uñas en la carne, él la paró con sus fuertes manos. En su mente, todo se agitaba, pero por fuera expresaba aquella dureza típica de los vampiros como él. Ella no se dejó engañar y reculó un paso para después, en apenas unos segundos, abalanzarse sobre él, como un perro rabioso. Seguía pensando el por qué de aquella reacción, pues sus ojos dejaban ver la furia que guardaba bajo aquella coraza de chica buena, pero seductora a pesar de todo. Sus manos le asiaron como si de un preciado tesoro se tratase, pero Sam fue más rápido e impidió que sus colmillos desgarrasen su piel y carne. Con toda su furia, y evitando los recuerdos que se agalopaban en su mente, como pequeños aguijones, retrocedió y se acercó al escritorio. Allí, se apeó sobre la mesa y cogió la silla, lanzándola por los aires. Ella no tuvo tiempo de reaccionar, cuando la silla se estampó en su cara, haciendo que la rabia que intentaba contener aumentara. Se dio impulso con el borde de la cama y se lanzó hacia Sam, quien no pudo esquivarla, y tan pronto como la vio por los aires, ya estaba encima de él, preparada para atacar de nuevo si se removía.
- Maldita sea, Steph...-pronunció aquellas palabras entre dientes, a pesar de que no le inflingía dolor alguno.- ¿Cuánto tiempo ha tardado Sag en convencerte?
Ella por su parte, le dió un bofetón tan fuerte, que resonó en las paredes.
- Así que crees que es Sag quien me ha convencido...-siseó, sintiendo como él se removía bajo su peso.
- Piénsalo, Steph-la miró fijamente, pero ella rechazó aquella mirada.
- ¡Cállate maldito cabrón! -no tuvo problema en decirlo, incluso, le llegó a gustar.
Pasmado por sus palabras, intentó zafarse, pero le tenía totalmente retenido. Hizo un último esfuerzo, y con todas las fuerzas que le fue posible, lanzó a la chica por los aires. Gritó de dolor cuando un pedazo de carne se desprendió de su cuerpo. Algo parecido le pasó a ella, que había caído justo en el borde de la cama. Esta se había clavado en su espalda. Pero ella, ajena al dolor, seguía gritando improperios, como poseída. <> se dijo, asustado por su comportamiento. Ella solía ser tranquila, pacífica, pero la Steph que estaba frente a él parecía ser otra persona. Sus plateados ojos, mostraban ahora una furia innata en ella, quien jamás se había enfadado ni por asomo con él. Entonces su mente le recordó algo que era de gran importancia. Si él moría, Helena estaría desprotegida. Y no podía permitirlo.


Al otro extremo de la ciudad, Selma -o Helena- se dispuso a atravesar la puerta de la entrada, pues era de día, y necesitaba salir de aquel antro. Cuando tras varios intentos, consiguió traspasarla, respiró hondo. Allí fuera todo era de un color amarillento, por las hojas de los árboles, que le daban al paisaje un aspecto realmente bonito. El sol, en lo alto en esos momentos, le produjo un instantaneo calorcito, a pesar de ser otoño. No dudó un instante en continuar a lo largo del estrecho camino que varios días antes había recorrido frente a la mirada constante de aquel chico, que más tarde había irrumpido en la habitación hormigonada, helándola por completo, extrañamente. Pensó en los documentos, si no sería mejor entregárselos a los vampiros. Si lo hacía, regresaría a la vida normal, pero corría el riesgo de ser víctima de sus colmillos, pues con el pequeño amuleto serían más que poderosos. Por eso estaba la duda en su mente, porque en su interior no deseaba por nada del mundo entrégarselo.

Sam no pudo contener una pequeña sonrisa, a pesar de que la situación no era graciosa en absoluto.


Steph le perseguía de un lado a otro, llevada más que nada por la rabia que tantos años había guardado en su interior, tras la marcha de Sam muchos siglos atrás. Sus colmillos buscaban su cuello y su piel, tan blanca como la luna llena. Ardía en deseos de agarrarle, de saborear sus besos, pero tan solo podía limitarse a acabar con él. Tarde o temprano debía cumplir con las órdenes de Sag si quería mantener su vida de inmorta y hacerse con "El Amuleto de la Luz" como ella misma había apodado al pequeño aparatajo, que les protegía de la luz solar. A contancto con su fría y pálida tez, se comportaba como una película transparente que evitaba el contacto de su piel con los rayos de sol que tanto daño les inflingían. Con este objeto se harían con el mundo entero si era preciso, aunque su ambición no era tanta. Suspiró al recordar que primero tenía que matar a Sam para hacerse cargo de la chica, descubrir su escondite y el escondite de los documentos. Una vez conseguidos estos propósitos, entonces finalizaría su trabajo. Avanzó varios pasos hasta colocarse en la posición adecuada para saltar sobre el vampiro. Sonrió cuando de nuevo se hizo con su cuerpo, colocándose con brusquedad sobre él, acercando sus labios a su boca. Con sus largas uñas escarlata, del mismo color que su carmín, acarició su rostro con delicadeza, mientras le miraba fijamente, descubriendo así en su mirada aquel deseo que tantas veces había visto durante mucho tiempo. Jamás dudo de sus posibilidades para conquistar, pero en aquellos momentos, sintió como el poder que ejercía sobre él era cada vez mayor. Inspiro con fuerza y le susurró, aún sobre él, que a penas se movía.
- No puedo dejarte vivo...-cerró los ojos, pronunciando estas palabras con la máxima sensualidad que le fue posible- pero quizá pueda darte algo que ansíes, ¿no es así, querido Sam?
Él no respondió, pero notó como su mirada se tornaba brillante, ante sus palabras. Y de pronto, como la otra vez, algo le impulsó a alejarse de ese sentimiento, empujándola contra una pared atestada de dibujos, de la que se desprendieron algunos, cayendo sobre el frío suelo en el que el vampiro estaba aún tumbado. La ira aumentó cuando abrió los ojos y comprobó que no había cedido a sus encantos. Él se levantó de golpe, ignorándola, y desapareció por la puerta, tranquilo, frente a su mirada de asombro. No dudó ni un solo instante en dsaparecer tras él, pero al llegar al hall del edificio subterráneo, perdió la pista. Cerró los puños y golpeó la pared más cercanas, situada muy cerca de ella. Con este golpe, algo metálico sonó al otro lado. Una satisfactoria sonrisa apareció como por arte de magia en su cara.

Las sombras de la oscuridad -Capítulo 6-

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Arrimó la puerta de tal forma, que cuando alguien pasase por el pasillo, sería visto desde su cama, en la cual dibujaba extasiado. Tenía miedo -la primera vez en su longeva vida- de que ocurriese algo inesperado. Ya no podía ni confiar en su sombra.

Su ojos se tornaron vidriosos, al recordar las escuálidas faciones de Selma tan aterradas que parecía que iba a desfiguararse de un momento a otro. Se le encogió el alma cuando su mirada se cruzó con la suya. Jamás había visto tanto terror en un humano. Se acercó a ella, pero no fua capaz de continuar, pues su pulso era tan acelerado que con tan solo un paso más, sus venas habría explotado de la velocidad y adrenalina. Había vuelto a casa, tras preguntarle una y otra vez que era lo que había ocurrido, pero ni siquiera conseguía articular palabra. Por su mente pasaban miles de pensamientos. Ninguno agradable.

Sus ojos seguían fijos en el lugar en el que aquel chico había aparecido. Estaba segura que no habían sido imaginacione suyas, pues aquello parecía tan real que ni se imaginó por un momento que alguien pudiera estar jugando con su mente. Alguien que quería causarle más que daños. Alguien que quería acabar con ella de cualquier modo posible. Y ya había dado el primer paso. Un gran paso.

Oyó sus pasos, el sonido de los tacones al chocar con el suelo del pasillo, y tras esto, entrevió sus andares decididos, llevados por unas caderas perfectas y unas piernas largas, tal vez infinitas. Vio como se acercaba a la puerta, e indecidida esperaba que algo la impulsase a llamar a aquella puerta entre abierta. Él sonrió, feliz de verla de nuevo. Carraspeó. Y ella sonrió a su vez. Abrió la puerta con firmeza y se acercó a él. Ambos se abrazaron con cariño:
- Pensé que no nos volveríamos a ver, Sam. -dijo ella, con una gran sonrisa en su pálido rostro.
- Pues aquí me tienes, y no creo que sea casualidad.
Ella asintió, pero extrañamente, parecía apesumbrada.
- Ha pasado mucho tiempo, y si te soy sincera, te echaba de menos.
Se sentaron en la cama, mirándose fijamente, recordando viejos tiempos. Ninguno de los dos creía estar contemplando al otro, tras tantos siglos sin verse. Claro está, ninguno había cambiado considerablemente, pues les era muy difícil.
- Pero... en realidad vengo por algo un poco más complicado.
La sonrisa que antes había exhibido, poco a poco se borraba de su rostro, y pasaba a ser una mueca un tanto amarga.
- ¿Qué ha pasado, Steph? -dijo Sam, mirándole fijamente a los ojos. Aquellos ojos motados, dorados, que siglos antes le habían encandilado.
- Sam. He venido por los documentos. -la miró extrañado. No era tan grave como había esperado. Pero ella no había acabado de hablar- Sag te encargó un trabajo, y aún no has acabado con él.
- Stephanie. No es tan fácil como...-ella le interrumpió, impidiendo que hablara con dos dedos, que se posaron sobre sus labios.
Retiró la mano. Miró al suelo, y con voz queda lo dijo:
- Quiere que te mate, Sam.


Su mirada iba de un lado a otro de la húmeda habitación, por si volvía. Llevaba así varias horas, imaginando como reaccionar si regresaba. Había pensado hacerle frente, pero era una estupidez, puesto que con un simple soplido suyo, ella estaría en el suelo. Otra posibilidad de que acabase todo el martirio, era entregarle aquellos preciados papeles, pero se arriesgaba demasiado a que de verdad lo utilizaran en su contra. No era fácil hacerse con aquello, y por casualidad le había tocado a ella y a Natalie. Ahora le tocaba protegerlos con su vida, como su amiga había hecho.


Muchos siglos atrás, un humano había investigado a cerca de los vampiros, que cada noche cazaban cerca de sus tierras. Al cabo de muchos años de seguir a estos seres a través de sus cacerías, y espiar sus vidas, había llegado a la conclusión de que la luz del sol les producía unas quemaduras que les provocaban la muerte súbita, a pesar de ser unos "no muertos". Por ello este hombre había patentado un objeto que permitía a los vampiros sobrevivir aún expuestos a la luz del sol. Años más tarde, tuvo que esconderlo de los vampiros, pues querían hacerse con él a toda costa, lo que produjo un enfrentamiento bastante peligroso. Lo guardó todo en unos documentos que en esos momentos ella tenía en sus manos. Si aquellos seres se hacían con ello, entonces los humanos estarían acabados. Y no podía pasar por su culpa.

Las sombras de la oscuridad -Capítulo 5-

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El crepúsculo descendió sobre la gran ciudad, inundándolo todo de un brillante color rojizo. Sam esperaba ansioso que el cielo se oscureciera por completo para volver con aquella desconocida. Cuando, al fin, pudo salir de allí, su estómago comenzó a rugir con fiereza, pero intentó no pensar en sangre y continuar así hasta volver con la chica. Cuando llegó, ella estaba acurrucada en una esquina del cubículo, y el vaho que salí de su boca con cada respiración daba a entender que el ambiente estaba helado.

Se acercó poco a poco, hasta quedar frente a ella, quien con un tono quedo susurró: - ¿Has...has vuelto? -sus labios estaban tan amoratados que algo le oprimió el pecho.
- Tengo que traerte algo que te dé calor...tal vez una manta gruesa...Volveré enseguida.
Y ante su mirada atónita y -sin duda- congelada, desapareció sin dejar rastro, como una sombra en la oscuridad.
Temblaba como una hoja, a punto de caer de su árbol, y el frío la dejó paralizada, esperando que aquel ser de ojos violáceos regresara. Se adiaba a sí misma por pensar aquello, pero era su única opción. Posiblemente estaba ganándose su confianza para poder matarla después... Retiró aquellos pensamientos de su mente, y se obligó a pensar en otras cosas. Estaba inspeccionando más a fondo el pequeño espacio en el que se hallaba -era húmedo, frío y todo de hormigón. Posiblemente un escondrijo durante la guerra civil, ya que estaba bajo suelo- evitando así pensar en lo congelada que estaba, cuando una extraña sensación le recorrió la espalda, como si unos ojos se clavaran en ella. Se dio la vuelta de de golpe -evitando gritar al sentir las punzadas de dolor que produjeron sus músculos ateridos- pero en aquella desolada habitación no había nadie. Sin embargo, tras aquella fugaz mirada, algo crujió en el exterior. Pero el sonido se extinguió al instante, por lo que se hizo a la idea de que lo hubiese producido un animal. Varios minutos después, él estaba de nuevo allí. No dijo nada, sino que colocó unas tres mantas sobre ella y se sentó a su lado.
- Aún no se tu nombre...-susurró mirando al suelo.
En un susurro apenas audible pronunció un nombre. Tenía miedo de que lo utilizara para algo con fines viles, así que mintió con agudeza, sin que apenas se notara:
- Helena...
Él sonrió, ajeno al embuste.
- Bonito nombre.
Selma asintió con la cabeza, omitiendo una pérfida sonrisa. No era dificil engañarle. Fingió no oir su voz cuando dijo, con tono suave su nombre:
- Helena...
Se hizo la dormida, evitando así que continuara interrogándola, puesto que si se dejaba llevar, lo más probable era que le sonsacara el lugar en el que supuestamente se "escondían" los documentos.
- Pues mi nombre es Sam y... -musitó en un tono tan bajo que apenas llegó a sus oídos. Al darse cuenta de que ella ya dormía, dejo la frase sin terminar.-espero que descanses, Helena...
Despertó, sobresaltada, al notar como de nuevo se apoderaba de ella esa extraña sensación; como si alguien la espiase. Seguía siendo de noche, posiblemente hubiera pasado todo el día durmiendo. Pero Sam no había regresado aún. Ya se encontraba en perfecto estado, había recuperado el rubor de sus mejillas y sus manos estaban calientes. Así, decidió investigar por los alrededores. Aquella estancia estaba situada sobre una colina, rodeada de árboles y arbustos que dejaban caer sus hojas por la estación. Por ello, estas descendían sin cesar hasta posarse en el suelo, produciendo así un gran manto amarillento. Caminó despacio, evitando hacer ruido. La noche se cernía sobre el horizonte como un gran manto oscuro, que tenebroso, hacía que las sombras se alargaran y el silencio que lo inundaba todo fuera aterrador. A pesar del miedo que la inundaba, continuó caminando a través del sendero que se extendía hacia más allá del filo del horizonte, aunque no pretendía ir muy lejos. Y de nuevo, el vello de su nuca se erizó. Alguien la seguía. Silenciosamente, descendió un trecho, hasta quedar a un lado del camino. Miro de reojo hacia atrás, pero como simpre, no había nadie. Le costaba respirar, y los latidos de su corazón le retumbaban en los oídos. El miedo la dejó paralizada unos instantes, pero al poco rato, sus piernas se desplazaron en dirección a la casa. Una brisa gélida se coló por entre su camiseta, poniéndole así la piel de gallina. Seguía notando que la espiaban, pero actuaba como si no ocurriese nada. Entró en la habitación hormigonada y se sentó en la esquina más alejada de la puerta, esperando que lo que la seguía entrara a torturarla en cualquier momento. Se nubló su vista, pero no perdía de vista la puerta de madera. Sentía un miedo tan grande que pensó que en cualquier momento se desmayaría, pero no fue así. Las mantas le cubrían las piernas, como si aquello fuera a impedir que fuese atacada si así debía ser. Notó de nuevo esa sensación. esta vez quiso hacer frente a la situación, pero una bola en el estómago le impedía levantarse si quiera. No dudó un instante en gritar cuando un chico entró sigiloso. Su mirada proclamaba su fuerza a los cuatro vientos, y sus fuertes músculos no lo negaban. La gélida sensación que había setido antes se instauró la habitación, haciendo que las paredes se cubriesen de minúsculos trocitos de hielo. Alzó las comisuras de los labios para formar una gran sonrisa, con relucientes dientes. En sus ojos se apreciaba un atractivo malévolo, seductor; que a diferencia de los de Sam, tenían un punto frío que no le gustaba nada. El grito se extinguió, sin llegar a ser más que un pequeño susurro. Fue incapaz de pronunciar palabra, y al parecer, al chico que tenía frente, eso le encantó.
Se rió en silencio, mientras ella le miraba, aterrada por completo. Olía su sangre frensca y palpitante en sus venas, y la boca se le hizo agua. Pero recordó que Sag le había advertido. No querían volver a perder de nuevo los documentos por sus estupideces. En realidad no debería estar allí. Pero no estaba demás conocerla. Agudizó el oído, sin desmontar su armadura seductora. De nuevo él, que volvía de cazar. Estaba harto de sus interrupciones. Sus ojos se ennegrecieron, y aquel cubículo volvió a su estado normal cuando Sam apareció por la puerta, con fuerzas renovadas. Pero lo que vio le dejó estupefacto.