El hijo del diablo -Capítulo 10-

|
Las horas fueron pasando, eternas. Sus ojos seguían puestos en la frágil Alice, quién se agitaba inconsciente, en sueños. Su respiración era agitada, por lo que le susurró al oído para calmarla:
- Tranquila, Alice, no me iré sin tí.
Le acarició la mano con cuidado y como cada noche, recostó la cabeza contra el pequeño sofá, mientras pensaba en todo lo que había ocurrido en aquellos días. El robo, del que había sacado un dineral que Elizabeth guardó en su caja fuerte, quien ni siquiera se había dignado a mirarle cuando fue a pedirle su parte acordada. Tan solo murmuró un simple "no pensé que ocurriera tan pronto" para luego seguir en sus asuntos. Había cometido un homicidio a mano armada, junto con sus tres excompañeros, puesto que antes de abandonar el edificio en el que la señora Rumphelson vivía y trabajaba, le dijo que no volvería. Ella asintió sin apartar la vista de uno de sus documentos. Era una muejer repugnante. Y ahora Alice, y lo peor de todo es que tenía un pesentimiento.




James continuó con la mirada fija en la ventana que daba a la calle. Se levantó, exhausto y se metió en su habitación en completo silencio. Cogió el chubasquero gris que colgaba del armario y salió con paso firme calle abajo. Las nubes eran oscuras, por lo que volvería a llover, pero James siguió caminando con la mirada puesta en la acera. De pronto, su móvil comenzó a vibrar dentro del bolsillo delantero del pantalón. Desconocido. Era la única información que otorgaba la pequeña y brillante pantalla. Marcó el botón verde y se colocó el auricular en el oído.
- ¿Si?- preguntó con cortesía.
- Soy Elizabeth- suspiró desganado; no quería discutir esa mañana.- Creo que sabes de qué te voy a hablar.
Frunció el ceño algo confundido. Su mirada se posaba de un lado a otro de la calle, asustado.
- No-un monosílabo fue lo único que pudo pronunciar.
Al otro lado, Elizabeth se carcajeaba sin verguenza:
- ¿Estás seguro, James?
- Segurísimo- apretó fuerte la mandíbula para evitar gritarle.
De pronto, dejó de reirse, y su voz cambió de repente, hasta convertirse en un tono frío, algo más de lo habitual:
- No dejaré que te salgas con la tuya.
Tras esto, y sin dar tiempo a pensar si quiera, colgó. A James se le encogió el corazón, de pronto se sentía asusutado; esa mujer era capaz de todo y más. Dio unos pasos y resolló agotado. Le temblaba todo el cuerpo. Sacó de nuevo el móvil y marcó el teléfono de Dan, quién respondió tras varios tonos.
- Dime
- Dan, tenemos que salir de aquí.- sus palabras eran ahogadas.
- ¿Qué ha pasado?- preguntó Dan, amilanado. Nunca había oído a su padre tan inquieto.
- Elizabeth...- la voz se le cortó, sin darle tiempo a decir más.
- Ven aquí y hablamos.- no podía hacer más; si dejaba sola a Alice, volvería a tener pesadillas y ataques, y no quería que le pasara nada, sin embargo, James parecía muy afligido.- Coge el coche o...-se lo pensó mejor- No, mejor ven andando, pero pronto.
James asintió, aunque sabía que su hijo no le veía. Colgó y continuó caminando durante al menos media hora. Falto de aire, paró varias veces, pero no se rindió, sino que siguió luchando. Al poco rato volvió a llover, esta vez con más fuerza, empapádole por completo. Se apresuró al ver frente a él, el gran edificio en el que estaban Dan y Alice.

Unos sueves toques anunciaron la llegada de la enfermera, seguida por James:
- Pase- dijo la mujer, mirándole de soslayo, pues llevaba unas pintas lamentables. Dan se acercó a él, ofreciéndole la silla e la que se había sentado minutos antes. James lo agradeció, se quitó el chubasquero calado y se sentó, extenuado. Dan le miró, interrogante.
- Ella...- no pronunció aquella palabra cuando de nuevo volvió la enfermera. Movió la cabeza, harto de las interrupciones repentinas y apartó la vista, clavándola en el suelo. Cuando se marchó, James continuó o más bien empezó a contarle lo ocurrido.
- Nos va a seguir, Dan, hasta que consiga lo que quiere no va a dejarnos en paz.
- ¿Y qué es lo que quiere?- preguntó sin apartar la vista de James.
- Eso es lo peor.-cerró los ojos, evitando así que las lágrimas empañaran su mirada-Creo que nos quiere a nosotros, Dan.
Este dio un respingo, asustado.
- No, no podemos dejar aquí a Alice. No puedo, sabes que hay algo extraño en nuestra relación que me impide abandonarla.
Los ojos de Alice se abrieron de pronto, como si oír aquella palabra le hubiesen clavado un puñal.
- No me dejes- su voz era cálida, rara vez aquella chica había sido fría con él.
Miró a Dan, quién a su vez asentó la vista en su padre, sombrío.
- Tú mismo lo estás comprobando- recalcó aquellas palabras con énfasis.
- ¿Y qué narices hacemos, Dan?- un gruñido salió de su boca, a la vez que su padre subía la voz- ¿Nos quedamos aquí, a la espera de que vengan cuatro sicarios a despedazarnos?, ¿no es eso lo que quieres, verdad? Pues reacciona, Dan, no podemos seguir aquí más tiempo o seremos la comida de los tiburones.
- ¿Crees que tengo escapatoria?- le espetó Dan sosteniendo su mirada- ¿Crees que mi vida son flores y mariposas? Escapa tú, si es la mejor opción que se te ocurre. Pero yo no puedo dejarla aquí, lucharé si hace falta.
- ¡No, Dan! Así no son las cosas. Algún día tendrá que alejarse de tí, no puede ser que siempre estés a su lado. Aprovecha ahora, ella no morirá, si te quedas te descuartizarán, Dan. ¡Despierta de una maldita vez!
- Escapa, tú. No volveré a cometer más estupideces, ¿entiendes?
Sus palabras le hirieron en lo más profundo; cogió sus cosas y avanzó hasta la puerta. No iba a quedarse de brazos cruzados esparandoa que les mataran. No lo permitiría.

El hijo del diablo -Capítulo 9-

|
Dan se despertó a media noche, se irguió y asió el abrigo que colgaba del perchero junto a la puerta. Salió en silencio de la habitación, tras besar a Alice en la mejilla. Bajó rapidamente los escalones de dos en dos, mientras se colocaba correctamente el abrigo negro. Cuando llegó a la entrada se puso la capucha y comenzó a correr. La fina lluvia se calaba por dentro de su ropa, empapándole por completo, pero aún así continuó calle a través hasta llegar a un recodo en el que paró agotado. A lo lejos divisó el piso en el que llevaba viviendo toda su vida. Y hasta ese momento nunca se había sentido tan bien al ver las luces de la ventana encendidas. Al llegar al portal se encaramó al pequeño escalón del portal y llamó al telefonillo. La voz de su padre zumbó en el auricular.
- Soy yo-susurró a la espera de que le hubiese oído.
La puerta chirrió al abrirse, y como cada día de su vida, subió los escalones que le separaban de su casa cansinamente. Sus pasos resonaban en la oscuridad. James asomó la cabeza somnoliento y vio a Dan en la escalera. Su cara fue el vivo retrato del miedo, sin embargo siguió allí, sin inmutarse. Dan subió los peldaños con la cabeza gacha. Estaba claro que se arrepentía de todo lo que había echo.
Entró en la casa, que estaba tal cual la había dejado unos días antes. James había salido el día anterior de la cárcel y estaba muerto de cansacio, así que lo primero que había hecho nada más llegar había sido meterse en la cama a descansar. Y ahora se encontraba a su hijo en medi de la noche esperando a que le abriese la puerta. Ya pensó que no volvería.
Dan se sentó en el sillón de la saa de estar y miró a su padre, afligido. Habían sido días muy duros.
- Siento que te hiciera pasar por esto- dijo mirando caer la lluvia tras la ventana- Desde que mamá se fue me he pasado contigo. Estos días he estado pensando mucho en el tema.
Su padre se sentó junto a él y le miró un breve momento, tras esto apartó la vista y la fijó en el televisor apagado.
- Creo que he sido injusto contigo. -continuó, esta vez mirándole- No debí culparte por el accidente, pero no quise aceptar que se había ido, que ya no la volvería a ver más. Fue demasiado para mí.
James asintió y pasó el brazo por sus hombros.
- Debí cuidarte mejor...
Se dieron un gran abrazo cariñoso y se levantaron, avergonzados. Hacía mucho que no se abrazaban.




James acompañó a Dan hasta el hospital, de donde dos horas antes había salido a toda prisa. Debía volver con ella antes de que notara su ausenca y volviera a tener un ataque de esos que le ocurrían desde que la habían ingresado. Lo pasaba realmente mal, y él, más que nadie lo sentía.
- Vendré a recogerte luego- fueron las últimas palabras de James antes de que Dan desapareciera tras las grandes puertas del edificio. Se montó en el vehículo y volvió de nuevo a casa.
Subió la escalinata hasta la tercera planta. Ya notaba los pinchazos en el estómago y cuando llegó a la habitación tres enfermeras le cortaron el paso.
- ¡Yo puedo arreglarlo!- el grito resonó en el pasillo desierto. Una de las enfermeras le mandó callar y le dejó entrar. Aferró su mano con fuerza y le susurró al oído:
- Ya estoy aquí, no te preocupes.
Alice dejó de convulsionarse y cerró de nuevo los ojos con una sonrisa en los labios.

El hijo del diablo -Capítulo 8-

|
La visión de Alice allí tumbada, enganchada a un millón de cables le dolía. En su día, su madre había muerto en un accidente de tráfico, y no quería perderla ahora a ella también. Daría lo que fuese porque se recuperase rápido, para salir de aquel espantoso lugar. Los remordimientos se agalopaban en su mente, respecto a la mujer de la entrada, su hijo estaba muerto por su culpa, por su inconsciencia. Y todo ello por querer madurar demasiado pronto. No se podía ser un criminal con quince años, era demasiado peso con el que cargar. Y respecto al dinero, ¿quién quería dinero si la persona que amas está a punto de morir? Sí, estaba aplacándose, pero ¿quién no estaría así en esos momentos?. De pronto su voz dulce rompió los esquemas:
- Dan...-fue melodiosa a pesar de que ni siquiera podía hablar.
- ¡Alice!- una especie de gritito fue lo único que pudo decir.
- Bésame...- pronunció aquella palabra mientras miraba fevrilmente a Dan.
Este se acercó a ella, mientras le acariciaba suavemente la mano que ella aferraba con fuerza. Esa misma mañana los médicos habían cambiado aquella mascarilla que le impedía besarla por unos finos cables. Sus labios rozaron los de Alice con una dulzura extrema, necesitaba aquel beso más que cualquier cosa y lo disfrutó como un niño.
- Te quiero, ¿lo sabes, verdad?- ´le habló cariñosamente al oído.
Ella asintió y volvió a cerrar los ojos al tiempo que el médico entraba en la habitación.

Natasha, la mujer que vigilaba por las tardes se acercó a su celda y pronunció aquellas palabras que estaba esperando que dijese desde hacía varios días:
- Buenas noticias, James.
Sonrió al recibir la noticia de que le iban a sacar:
- Gracias, Nat.
Ella también sonrió, al tiempo que abría la celda y le conducía por el pasillo.


Desde pequeña me he preguntado si los ángeles realmente existen. y me he dado cuenta de que sí, aunque en vez de ser seres sobrenaturales, que no digo que no lo sean, están presos en cuerpos humanos. Y ahí es donde entra él. Dan es un ángel. Puede que nadie piense igual que yo, pero estoy completamente segura de que es un ángel que ha descendido desde las alturas para estar conmigo en el cuerpo de Dan. Y sé que está aquí para cuidarme. Ese beso me ha hecho darme cuenta de lo que realmente significa para mí, por que si no estuviese aquí, junto a mí, estaría sola. Y nadie estaría aquí para cuidarme. Esas caricias que me devuelven la vida poco a poco. Sé que pronto saldré de  aquí sana y salva, porque el no me va a dejar caer. Lo siento dentro de mí. Alguien deberá perdonarle las cosas malas que ha hecho, porque en su interior se cierne la más completa oscuridad, pero ahora, aflora la luz dentro de él, en su fuero interno, que lucha por hacerse con su alma. Y yo entro en esa parte de su vida, en la que la luz se funde con la oscuridad creando el equilibrio perfecto.

El hijo del diablo -Capítulo 7-

|
Se removió inquieto en el asiento a la espera de que alguien saliera a darle noticias. La mujer que estaba en la silla de su derecha le miró con ojos llorosos. Él, como en la ambulancia, apartó la vista y miró al suelo avergonzado. Pero no paraba de mirarle, así que se le ocurrió preguntarle:
- ¿Usted por qué está aquí?- preguntó dulcemente. Lo de Alice le estaba ablandando demasiado.
- Mi... mi hijo-susurró, cogió un pañuelo del bolsillo y se secó las lágrimas que caían por sus mejillas- le dieron un balazo... en el banco...
Le dio un vuelco el corazón al comprobar que, en efecto, él le había matado. Y no dudó en levantarse a por un café a la máquina. Se sentó junto a ella y se lo dio amablemente:
- Lo siento muchísimo, creame- musito con la voz cortada.- ¿su nombre?
- Lissa
Aquella mujer estaba destrozada. Se fijó en que seguía llorando. De pronto un médico apareció frente a Dan y le indicó que le siguiera por el pasillo. La gente se apelotonaba en aquel estrecho espacio, por lo que caminó con dificultad a través de todas ellas. Cuando llegó a aquella pequeña estancia, vio a Alice. Estaba muy blanca, enganchada a un montón de aparatos. Se acercó a ella con miedo y miró al médico que se había quedado en la puerta. Asintió con pesadumbre y la cerró.
Se sentó a su lado y la acarició cuidadosamente, como si fuera una frágil muñeca de pocelana. La mascarilla le impedía besarla, pero no le dio importancia, puesto que si se la quitaba lo más probable es que se ahogara. La miró con ojos vidriosos, mientras le acariciaba la mano. De pronto alguien llamó a la puerta y entró. Su madre y su hermano habían venido a visitarla, pese a que ya ni siquiera se hablaban. Salíó al pasillo con la cabeza gacha y se sentó en el frío suelo. El médico apareció a su lado varios minutos después.
- Me gustaría que entraras, tenemos los resultados-dijo sombrío.
Dan se asustó, se levantó energicamente y abrió la puerta con cuidado. Los tres se sentaron en las sillas alrededor del médico, quién abrió una fina carpeta. Allí estaban todos los resultados.
- Bueno,-comenzó despacio, como si temiera tener que repetirlo- hemos estado haciéndole todo tipo de pruebas, y hemos dado con algo importante.
Se puso tenso en su silla, al igual que la madre y el hermano de Alice.
- Hemos descubierto que su hija-miró a la señora Tenson- padece la enfermedad de Addison. Es decir, una deficiencia hormonal causada por daño a la glándula adrenal. Por eso estaba débil, y muy pálida.
Sara miró a su hija que aún seguía en aquella cama, y se levantó con lágrimas en los ojos. Se colocó a su lado y lloró sobre ella.
-¿ Se... va a curar?- preguntó mirando esperanzada al médico. Pero él no respondió como todos ellos hubiesen querido, sino que contestó que no era una enfermedad que se pudiera curar, sino que debía pasar por tratamiento durante el resto de su vida, pero que lo superaría. Dan miró de nuevo al médico, quién salía rapidamente por la puerta. Le siguió, no sin antes besar a Alice, se conformaba con la mejilla.

James rememoró los acontecimientos de los últimos días, y se dio cuenta de que estaba muy solo. Estaba harto de quella maldita celda, fría e inhóspita, donde reposaba día y noche, sin moverse nada más que para acudir al baño, siempre acompañado de algún carcelero. Esperaba que los tres años se redujeran a dos, o algo parecido, ya que no usaba la violencia. Eso le recordó la masacre del banco, donde su hijo había actuado como un autentico asesino. Y eso no le enorgullecía para nada.


Corrió todo lo que pudo, hasta llegar a la parada del bús. Una vez allí sacó el dinero que aún tenía en el abrigo y se subió en cuanto llegó. Aquel autobús pasaba cerca de la cárcel, por lo que si se daba prisa podría llegar a la hora de las visitas.
Su padre no iba a aceptar hablar con él, pero se inventaría cualquier excusa para decirselo.
Sin embargo, en el momento en el que le comunicaron que estaba allí, su padre apareció por la puerta con aire sombrío. Tan solo habían pasado unas horas, pero no preguntó que era lo que ocurría. De hecho, ni siquiera se dinó a mirarle a los ojos cuando le contó lo que había pensado:
- Te sacaré de aquí.
No se movió ni dijo nada, por lo que Dan continuó.
- Voy a pagar la fianza con el dinero que Elizabeth guarda en su caja fuerte.
Asintió, poco convencido. No había hecho el gran esfuerzo de meterle allí para ahora sacarle de allí como si nada. Era extraño, pero cuando le contó lo ocurrido con Alice se convenció a sí mismo de que le alejaría de aquel lugar tan horrible.

Todos lloran y no se por qué. Si que me acuerdo de parte. Recuerdo que estaba cansada, que quería volver a casa tras visitar al padre de Dan en la cárcel y que me agarré a su mano. No la quise soltar, pero me apartaron de él. No puedo si quiera levantarme, ni abrir los ojos, pero sé que él no está aquí. oigo los sollozos desesperados de mi madre. Está aquí al lado. También Edgar. Pero no puedo decir nada, algo me lo impide,y se que es algo de peso, puesto que no puedo combatir, estoy sola en esta batalla. Nadie sabe que estoy aquí, que lo oigo todo, que mi corazón siente lo que ellos sienten. No lo saben, lo ignoran, pero pronto despertaré de esta pesadilla y seré feliz junto a Dan. Me ha contado los planes que nos llevarán a algún lugar lejano, donde podamos dar rienda suelta a nuestros sueños y fantasías, donde por fin seremos felices. Pero de momento sigo aquí, presa del miedo y la confusión, encadanada a unos cables que me dan la vida, en parte.

El hijo del diablo -Capítulo 6-

|
Salió a la calle, donde la brisa fría se colaba por su abrigo, pero no le importó lo más mínimo. Había sido n gran golpe, y ver la cara de su padre al enterarse de que había matado a aquellas personas había sido grandioso. Mientras caminaba por la acera mojada de la lluvia sonrió y levantó la cabeza con orgullo. Detrás de él, Alice arrastraba los pies. Estaba agotada, como si no hubiera dormido en semanas. Agarró la mano que Dan le tendió, pero no pudo soportar el peso de su cuerpo y cayó al suelo. Dan dió un respingo asustado y la cogió justo antes de que su cabeza diera en el bordillo. Sacó el móvil de su bolsillo, mientras la mano de Alice seguía aferrada a la suya.
La ambulancia llegó varios minutos más tarde, puesto que estaba bastante cerca de allí. La colocaron en la camilla y la subieron al automóvil.
- ¿Puedo ir con ella?-preguntó Dan encogido.
Fue el enfermero que la había atendido quien asintió y le ayudó a subir. Se sentó junto a ella y le acarició la mano que de nuevo estaba agarrada a la suya. Su pulso era débil, y los médicos revoloteaban a su alrededor con mascarillas, oxígeno y demás aparatos. Su corazón latía acelerado. "Es mi culpa..."se recriminó encogiendose poco a poco al verla tan débil. "no debía haberla traído, estaba muy cansa, ya lo dijo ella..." Suspiró con fuerza, intentando que así se esfumasen todos sus miedos, pero tan solo le puso más nervioso. El médico que le había subido le sonrió amablemente, Dan retiró la cabeza a vergonzado y continuó mirando a Alice como atontado. Cuando llegaron al hospital más cercano, se la llevaron corriendo por los pasillos. Corrió tras ellos, pero una chica que al parecer trabajaba allí, le paró en medio del pasillo y le obligó a sentarse en una silla de la sala de espera. Necesitaba verla bien, no podría continuar sin ella.

Esta vez era un hombre el que vigilaba las celdas. Se aproximó a su prisión cauteloso y le abrió. James se asustó cuando le levantó del camastro y le sacó de allí. Se ilusionó con la idea de que le pudieran sacar de allí. Se chupó un dedo y se limpió la cara atestada de lágrimas secas. Tras esto, el policía le condujo hacia la sala blindada. Tras el vidrio, apareció la cara de su jefa, sonriente. Se acercó a la silla y inmediatamente después cogió el aparato y escuchó la voz de Elizabeth que decía:
- Vaya, vaya...-exhaló una bocanada de aire teatralmente y continuó hablando como si nada- No sabía que tenías un hijo tan eficaz...
James apretó los dientes intensamente; esperaba no volver a oír nada más del tema, quería volver a irse corriendo de la sala, pero posiblemente nadie más que ella le sacase de allí.
- ¡Y qué frío!-exclamó, fingiendo un escalofrío.- Fíjate, matar a tantas personas con tan solo quince años... ¡Y no olvidemos que también robó todo lo que pudo!
Eso fue la gota que colmó el vaso. James se levantó y estampó la silla contra el vidrio, pero no causó ningún daño. El policía le llevó de nuevo a la celda.

El hijo del diablo - Capítulo 5-

|
Se sentó en el suelo, donde aquel chico le mandó. Llevaba una pistola en la mano, era peligroso. Tras esto, le ataron con una fuerte cuerda y les apuntaron con las pistolas. Una mujer que estaba detrás suyo susurró:
- No, por favor... ¡Tengo familia!
Se rió. Cómo si eso fuese a ablandarles el corazón a aquellas personas. En sus rostros se advertía lo gracioso que les resultaba ver como una treintena de personas gritaban y se intentaban zafar de las cuerdas que les ataban al suelo. Entonces el chico giñó el ojo y apretó el gatillo.


Dan se levantó asustado, había sido una pesadilla horrible. Unos retortijones atacaron su estómago. Pero a pesar de todo sonrió. Irina le había entregado el dinero a Elizabeth, y esa misma tarde se lo repartirían entre todos. Había sido un robo perfecto. Alice yacía a su lado en la cama. Respiró con aire de inocencia, eso enterneció a Dan. Le acarició la frente, para luego besársela. Se puso unos pantalones desgastados y una camiseta y fue a la cocina a desayunar. Una hora después salió por la puerta en dirección a la casa de la señora Rumphelson. era una vieja cascarrabias, sí, pero le había dado una oportunidad para participar en aquel robo, y así poder llevarse una buena suma de dinero que le ayudaría a sobrevivir mientras su padre seguía encerrado. Cuando llegó allí, los tres restantes ya estaban ansiosos. Tenían unas ganas horriles de palpar el dinero y llevárselo al bolsillo. Jack musitó entre dientes:
- Me compraré un chalet en medio del bosque.
Se rieron en silencio.


Volvió a casa como los últimos días, sonriendo como nunca lo había hecho. Le había dado una cantidad elevada en efectivo. Lo demás estaba a buen recaudo en la caja fuerte de Elizabeth. La verdad, no se fiaba, pero no podía hacer otra cosa. Subió las escaleras de dos en dos. Cuando abrió la puerta de la habitación vio que Alice seguía durmiendo. Miró su reloj. Las doce y media. Era imposible que durmiese tanto, nunca se levantaba más tarde de las diez. Se acercó a ella despacio, sin hacer ningún tipo de ruido. Era un angelito durmiendo. Se tumbó junto a ella y pasó el brazo por su cintura. Le besó en los labios, pero no despertaba.
- Alice...-la miró esperando respuesta.- Alice... despierta....
Al rato de susurrarle abrió poco a poco los ojos, con dificultad.
- Estoy cansada, Dan, déjame dormir...
- Tenemos cosas que hacer- dijo levantándose de la mullida cama- Además, ¿cómo es que estás tan cansada?
- Llevo unos días algo rara...
Frunció el ceño.

- James- alguien decía su nombre en alto- James, tienes visita.
Abrió los ojos al instante, y se puso en pie con la misma rapidez. Se acercó a los barrotes y le preguntó sin elever demasiado la voz:
- ¿Quién es?
Ella se encogió de hombros. Le abrió la puerta sosegadamente y de nuevo le cogió del brazo.
- Por cierto, no me has dicho tu nombre- dijo James, algo confuso por la noticia como para pararse a pensar en lo que decía. Cuando llegaron a la sala se le encogió el corazón.
Su hijo esperaba al otro lado del cristal, mientras hablaba con una chica que iba con él. Ambos sonreían complacidos.
Se sentó en la silla, frente a ellos; y estos al darse cuenta de que James estaba allí pararon de hablar y cambiaron el semblante. La seriedad se asentó en sus rasgos. Dan cogió el auricular y se lo colocó en el oído. En sus ojos había algo que no le gustó nada, pero sin pensarlo si quiera, él también aferró el receptor con fuerza, instintivamente.
- Hola- fue frio, tanto que hasta Dan se quedó parado. Pero reaccionó varios segundos después:
- ¿Qué tal?-respondió bruscamente. No era así como quería que sonase, pero los nervios le estaban jugando una mala pasada.
"¿Cómo puedo estar atacado de los nervios viendo a mi padre tras una reja, cuando ayer mismo atraqué un banco?" se preguntó a sí mismo, mientras James le contestaba.
- Muy bien, ya me ves- fue huraño, como si aquella visita fuese un suplicio, cuando por dentro estaba más contento que unas castañuelas. Pensó que ya no volvería a ver a Dan, y sin embargo allí estaba. No había pasado más de una semana, pero para él parecía un siglo.
Dan entrecerró los ojos y se colocó las manos sobre la cabeza. Vio que su padre abría mucho los ojos, parecía que se le iban a salir de las órbitas. El chico que estaba a su lado le estaba contando algo; escuchó su voz que parecía lejano, puesto que estaba al otro lado del vidrio blindado y estaba algo lejos del auricular, pero sus palabras fueron claras:
- Han atracado el banco central. Al parecer fueron cuatro tipos armados, que después de robar la pasta mataron a todos los que habían visto sus caras.
Su padre se le quedó mirando asustados.
- ¿Los... mataron?-preguntó aún con los ojos desorbitados- Pero... eso... es imposible...
Dan negó con la cabeza, a la vez que enseñaba su brillante dentadura en una sonrisa de satisfacción. Su padre movió la cabeza con pavor. Se levantó de la silla y salió de la sala lo más rápido que pudo.

El hijo del diablo - Capítulo 4-

|
Dan ya estaba preparado, se enfundó en unos pantalones negros y un jersey del mismo color. Se lavó los dientes y al terminar s sonrió a sí mismo a través del espejo. La oferta de la señorita Rumphelson era tentadora, tanto que había aceptado nada más ser propuesta. Encontró el maletín que su padre guardaba con recelo en unos de los armarios de su habitación. Dentro encontró los planos del banco central. Cogió todos sus bártulos y se encaminó con paso firme hacia las oficinas donde tenían la base. Allí, otras tres personas le esperaban impacientes. Entró sin llamar a la puerta, se quitó las gafas de sol y les dio la mano uno a uno.
- ¿Dan?-el primero le miró extrañado al ver al hijo de James saludarles con tanto énfasis.
- El mismo-saludó con un simple movimiento de cabeza a Jack.
Irina se le quedó mirando. era un joven con potencial, ya lo dijo su padre, pero no podían hacerlo con un niño al mando.
- Encantado, Irina- el chico se acercó despacio y se colocó frente a ella con aires de superioridad, a pesar de que no pasaba de los 15 años.
- No deberías estar aquí- respondió ella mirándole fijamente.- Nadie te ha dicho que sustituyas a tu padre.
- Precisamente sobre eso venía a hablaros- se aclaró la voz y comenzó a contarles todo lo ocurrido con una gran sonrisa en su cara. Cuando terminó añadió- Por eso, ahora seguís mis órdenes. Pero primero debeís informarme de lo que pensais hacer, antes de que cometamos errores.
A pesar de que tan solo era un muchacho inconsciente, todos estuvieron de acuerdo en ese momento, y por mucho que quisieran apartarle de la "misión" no podían. Era el protegido de la señora Rumphelson, y cualquiera que se interpusiese en el camino de esa mujer lo pagaría caro, eso todos lo tenían muy claro. Así que atendieron a lo que Dan les decía. Horas después, cuando el sol se puso, salieron discretamente del local, cada uno a¡hacía un lado diferente de la calle.


Miró el reloj ansioso y se dio cuenta de que ya solo faltaban unos minutos. Se metió el móvil en el bolsillo del abrigo negro que James guardaba al lado del maletín y que le quedaba como un guante, para que no se le callese. Abrió la caja fuerte y sacó una COLT 45 y una BROWNING 9 MM. Se decantó por la segunda. Se la metió en la parte de atrás del pantalón con una agilidad sorprendente y cerró dando un golpe, para asegurarse de que esta quedaba cerrada correctamente. Colocó la estantería delante para que nadie descubriese su escondite. Salió de la despensa y se dirigió a la puerta de la casa. Pero antes de abrirla volvió a la despensa. Cogió una T-Wave, un arma paralizante que posiblemente le hiciese falta. Sonrió de nuevo. Iba a ser divertido. Cogio el maletín tras dejar todo en su sitio, y esta vez sí que salió por la puerta. Bajó las escaleras, y cuando ya estaba abajo escuchó la voz de Alice desde el piso de arriba.
- Suerte, Dan. Te estaré esperando.
Eso le reconfortó. Había estado en la casa de al lado, en la que vivía su anciana tía-abuela para estar cerca de él.




James se incorporó, comprobando que, en efecto, nadie le había venido a sacar de aquel lugar tan inhóspito. Una mujer vigilaba las celdas de enfrente. Tenía los ojos fijos en él, con una mirada penetrante que le heló el corazón. Eran azules, tanto que incluso podía nadar en ellos. Se puso en pie, y como un sonámbulo pidió salir al baño. Ella hizo una seña a uno de sus compañeros para que se quedase vigilando también aquella parte y abrió la celda. Le cogió del brazó y le llevó al piso inferior. Le abrió la puerta y se quedó vigilando. Al rato salió y se mojó la cara. No pensaba fugarse, más que nada porque era demasiado torpe, y tan pronto como saliese de allí, ya le habrían encontrado.
Cuando le metió de nuevo en aquel antro, suspiró decepcionado. Llevaba ya cinco días encerrado tras unos barrotes, y nadie se había dignado a hacerle una visita si quiera. Hoy podría haber disfrutado como un niño, mientras la adrenalina le recorría el cuerpo. Pero no, tenía que estar en ese frío cubículo confinado durante 3 años. Se recostó sobre la dura cama, y cerró los ojos lo más fuerte que pudo, pero nada cambió cuando los volvió a entreabrir.




Recorrió la calle desierta hasta llegar a la entrada acristalada del enorme edificio que se extendía ante él. Entró despacio, tanteando cada paso que daba, contando los segundos que tardarían en aparecer los tres resantes. A su lado un hombre le dio un ligero empujón. Era la señal. Dejó caer el maletín y sacó el arma. Apuntó hacia una señora, esta gritó, para satisfacción de Dan. Irina, desde la otra punta sacó a a su vez su arma. Hizo un experimento muy gratificante:
- ¡Todo el mundo al suelo!- comprobó que todos los presentes se habían tirado al suelo asustados. Le recordó a una de esas pelis de ladrones.
Los cuatro se dirigieron hacia la mujer que atendía uno de los mostradores.
- ¡Levantate!-le gritó intentando parecer enfurecido.
La mujer acató sus órdenes, no sin antes gritar que por favor no le hiciesen daño. Se rió para sus adentros y apuntó a su nuca.
- Abre la caja fuerte- la mujer se quedó parada. Vió que se acercaba peligrosamente al botón de seguridad, así que se acercó más a ella y la apartó de allí. Irina, Jack y Selbor le seguían con la mirada, esperando que cometiese alguna estupidez. Pero no fue así.
- Dime tu nombre- le ordenó a la señora.
Respondió sin miramientos y rápido:
- Helena.
- Bien, Helena, ahora vas a conducirme hasta la caja fuerte.-comenzó despacio, sin perder la compostura- y llenarás unas bolsas que ella te entregará- dijo señalando con la mano libre a Irina- para llenarlas. ¿De acuerdo?
Asintió con ojos llorosos. Cuando llegaron al lugar indicado se oyeron gritos. Dan ni siquiera se inmutó, sino que siguió apuntando a Helena. Rozó la otra pistola con las yemas de los dedos, deseoso de poder utilizarla con alguien. Había terminado con las bolsas. La condujo por el mismo camino por el que habían llegado allí. Cuando salió de nuevo a la sala principal todo seguía en orden, y la satisfacción del resto del grupo se palpaba en el ambiente, al igual que el miedo que desprendían el resto de personas. Les indicó la pared y los cuatro condujeron al gentío a aquel lugar. Había unos treinta hombres y tres mujeres, sin contar a Helena, a la que tenía bien agarrada a su lado. Selbor sacó una cuerda con la que ató a los asustadizos señores, tapándoles las bocas. Las señoras gritaban asustadas. Jack se encargó de atarlas a ellas. Dan les guiñó un ojo, y sin más cortesía comenzaron a disparar.
Corrieron cada uno en una dirección diferente, a través de las oscuras calles. A lo lejos se oían las sirenas de la policía, que llegaban al lugar de los hecos. Ún poco tarde. Dan sonrió mientras corría hasta llegar a su piso, de donde un olor a carne le alentó de la apetitosa cena que le esperaba.

El hijo del diablo - Capítulo 3-

|
Elizabeth entró en la sala y se sentó frente a James:
- ¿En qué lío te has metido ahora?-preguntó serena.
- Dan ha vuelto a hacer de las suyas...-suspiró al recordar el brillo de sus ojos al verle esposado- Esta vez, no sé como, ha metido cocaína bajo mi colchón.
- No sé como vamos a arreglar esto-dijo, retocándose el peinado- Si no te saco pronto, el plan se iré por la borda. Además, ya tengo todo`preparado y no puedo perder más tiempo contigo.
Tras esto, se levantó de la silla y se colocó correctamente la falda.
- Pero...-tartamudeó James- sácame por favor; haré lo que sea...
- Lo voy a intentar, pero tendrás que compensarme.
Avisó al policía con la mano y salió tras él.
La celda era fría, pero él tenía calor. Un policía se acercó con otro preso que estaba junto a él.
- ¡Eh!-llamó al hombre- déjame hacer una llamada, por favor.
Al rato le sacó y llamó a Dan. Tras 5 tonos, su hijo respondió secamente.
- ¿Sí?
- Dan, soy yo.
Al otro lado nadie respondió. Fue un silencio frío, que le dejó la piel de gallina. Pero pronto respondió:
- ¿Qué es lo que te pasa ahora?
Cerró los ojos y preguntó:
- ¿Por qué lo has hecho, Dan? Dime que coño te he hecho y te recompensaré.
Rió a carcajadas, mientras pronunciaba algo que no terminó de comprender.
- ¡Basta!- apretó la mandíbula para no tirar el teléfono contra algún sitio. Pero su hijo seguía comportándose como un niñato.
- ¿Qué vas a hacer' ¿Vas a venir a pegarme?- seguía mofándose de él.
Relajó los músculos y habló despacio, intentando que sonase amenazador.
- ¿Y ahora de qué vivirás, Dan? ¿Acaso de camello?- intentó reírse también, pero le salió una pequeña carcajada nerviosa.
- Creeme, me las apaño perfectamente sin tí.
No aguantó más. Colgó el teléfono con fuerza y dio un puletazo a la pared.


Salió de las clases sonriente, como nunca antes lo había hecho. En la puerta se encontró a Alice. Se acercó a él y sonrió también.
- Buen trabajo-le felicitó ella- pensé que no serías capaz.
- Ahora se pudrirá en el infierno- rió de nuevo.
- Menuda cara puso cuando se lo dijeron- comentó evocando el día anterior.
- Por cierto, le debes el dinero a Sam- cambió el semblante por completo- espero que lo tengas. Ya sabes como es cuando no cumples sus tratos.
Asintió con la cabeza. Había ahorrado bastante para aquello. Cuando llegó a casa se lo dio en efectivo.
- Posiblemente te necesite pronto. Creo que la vieja esa, su jefa, le va a sacar del trullo.
- ¿Y qué vas a hacer cuando vuelva?
- No tengo ni la menor idea. Tendré que inventar algo nuevo- miró el interior de la casa, ahora vacía y le preguntó- ¿Vienes esta tarde? Planearemos algo...- sonrió picaramente. Siempre le había gustado Alice. Tenía algo que ninguna otra de las pijas tenía. Siempre habían estado juntos, desde que habían echo migas en primero de primaria, y ahora seguían siendo amigos. Confíaba plenamente en ella.
- Nos vemos esta tarde, entonces.-le sacó de sus ensoñaciones.
- Por supuesto.
Cuando se fue, cerró la puerta con cuidado y tiró todo sobre la mesa de la sala de estar. Encendió la televisión y se hizo un bocadillo de lomo. Ya casi no había comida en el frigorífico, pronto tendría que ir a comprar algo.
Pensó en el día de ayer. Había mentido a los policías diciendo que tenía madre, que pronto volvería de trabajar, y ambos se lo habían creido. Los adultos eran así de simples...

Llegó la tarde y James seguía encerrado en su celda, comindo los restos de un pedazo de pan. El chico de al lado le silbó.
- ¡Ey, Amigo! Dame un poco, ¿no?
Le pasó un pequeño trozo por los barrotes desgastados. Se le ocurrió preguntarle cuanto tiempollevaba allí encerrada, y la rspuesta fue una gran carcajada.
- ¿Y eso a qué viene? Yo ya perdí la cuenta...
- ¿ Y cómo aprovechas todo el tiempo que tienes?
- La verdad es que no lo aprovecho- miró al suelo de hormigón- al principio solo me comía el coco, pero pronto me di cuenta de que no servía para nada. Y es que, amigo, la vida del delincuente es muy dura.
Había dado en el clavo. Se masajeó la sienes y se tumbó boca arriba, contemplando la habitación grisácea y monótona con ojos inexpertos. La voz del preso rebotó en las paredes.
- Pronto te acostumbras, de eso no te preocupes.
- Esperemos que no- bisbiseó sin que nadie le oyera.

- ¿Dan?-la voz de Alice le despertó de su larga siesta. Se ´levantó con rapidez y le sirvió algo de zumo en un vaso de plástico, puesto que los de cristal estaban rotos o sucios. Una gran pila de vajilla llenaba el fregadero por completo. Alice lo metió todo en el lavavajillas y lo encendió.
Dan la miraba atento, mientras ella preparaba algo decente de comer, aunque a aquellas horas ya debía ser una merienda. El timbre sonó varios minutos después, y ante ellos apareció Elizabeth. Entró sin permiso en la casa y se sentó en un taburete de la cocina.
- ¿Así que tu eres el pequeño Dan?- Enseñó los dientes en señal de cortesía, sin embargo en su más fuero interno deseba sacarle la cabeza de cuajo.- El mismo que ha metido a su padre en la cárcel.
- Así es- la fulminó con la mirada- ¿Necesita una patada en su rechoncho culo para salir de mi casa?
La mujer rió
- Vaya, vaya... Quién lo diría. Eres perfecto...- dijo airosa.
Dan la miró confundido.

El hijo del diablo - Capítulo 2-

|
Perdón por el retraso, pero me he tomado un finde libre^^


El teléfono dio la señal de llamada y tras cinco tonos descolgaron:
- ¿Si?
- ¿Señorita Rumphelson?
- Si, soy yo-respondió en tono jovial, algo raro viniendo de aquella mujer.
- Soy James; tengo los planos.
Ella respondió rápido:
- Necesitarás equipo entonces, ¿no es así?- James se imaginó la fría sonrisa de Elizabeth y se le quitaron las ganas de continuar, pero no podía dejar escapar la oportunidad.
- Si-fue breve-Había pensado en Jack, Irina y Selbor. Son eficaces.
- De acuerdo, les llamaré y se lo comunicaré.
- Una ult...-le dejó con la palabra en la boca; estaba harto de aquel acto de superioridad.
Esta vez llevaba maletín, por lo que tras tomar el café, lo cogió y se dirigió a la nave en la que tenía la base. Allí, sacó los planos y comenzó a garabatear sobre ellos con cara de concentración. Pero no conseguía centrarse en el trabajo. Por más que lo intentase no podía dejar de pensar en su hijo. Dan nunca había sido así. Antes era un niño cariñoso con todo el mundo, respetuoso... Hanna estaba muy contenta. Hanna era su madre biológica. James tan solo era el "novio" de ella. Nunca se casaron ni firmaron nada que les uniese. Y encima, su hijo no era suyo, puesto que era estéril. Así, Hanna decidió tenerlo por in vitro. Cuando Dan nació se alegró muchísimo a pesar de no ser su verdadero padre. 11 años después, cuando Dan creció, Hanna tuvo un accidente de coche tras una discusión algo espinosa. Al día siguiente, al ver que su madre no regresaba se enteró de que había muerto. Le echó toda la culpa a él y se puso echo una furia. Desde entonces y tras 4 años, no había puesto las cosas nada fáciles.




Helen vio como Dan se escapaba por la puerta trasera del instituto, por el parking. Suspiró. Ese chico nunca cambiaría...


Dan entró en el portal en total silencio. Subió las escaleras sigilosamente, e hizo lo mismo al llegar a la puerta de entrada. Cerró con suavidad para que nadie repara en él. Tras esto, sacó una bolsa de su mochila y la colocó bajo el colchón de su padre. Cerró la mochila con una sonrisa perversa. Cogió un billete de su cartera y salió oteando la calle. Estaba desierta. Se encaminó hacia la calle de atrás, donde a varios pasos encontró una cabina.
Introdujo el dinero y marcó el número:
- ¿Policía? Tengo una información que puede interesarles.


Guardó todo y se fue a casa. Eran las tres de la tarde y tenía hambre. Pero nada más llegar dos hombres le esposaron. Su hijo les miraba con ojos brillantes, mientras ponía cara de no entender nada. Apretó la mandíbula.
- Hemos encontrado 300 gramos de cocaína bajo su colchón.-dijo el primero.
- ¡¿Cocaína?!- parecía que se le iba a desencajar la mandíbula.- ¡¡ Yo jamás he tenido droga!!
Los policías se lo llevaron a comisaría en un coche patrulla.
En la puerta una chica miraba la escena divertida.

El hijo del diablo - Capítulo 1-

|
James cruzó el paso de peatones con andar ligero, sin reparar en los sonoros pitidos de los automóviles que conducían por la carretera principal. Caminó a través del gentío que iba y venía por las calles de la ciudad, y tras quince minutos de laraga caminata se paró a tomar un café bien cargado. Se sentó en una mesa separada del resto y sacó unos folios del bolsillo interior de su traje. Los contempló con satisfacción. De pronto el sonido del móvil irrumpió sus ensoñaciones.
- ¿Dígame?
Al otro lado de la línea, una mujer le respondió en tono seco y cortante:
- Te necesito en menos de media hora-colgó sin darle tiempo a dar una respuesta clara, cosa que le enfureció mucho. Cogió el vaso y dejó un billete de 5 euros sobre la mesa. Tras esto salió rapidamente de la cafetería.


Llegó a un edificio nuevo, de color pastel. Llamó al tercer piso. Subió las escaleras y se encontró a una bella mujer en el rellano de las escaleras. Era alta, morena y jóven:
- Buenos días, señorita- saludó con tono cortés.
- La señora le espera- fue lo único que dijo, en tono uraño; pero habría sido mejor que no hubiese dicho nada.
Le condujo al interior de una de las viviendas. Estaba decorada lujosamente, con muebles blancos que hacían las salas mayores de lo que eran. Leindicó una habitación situada en un largo y ancho pasillo. Llamó a la puerta, pero nadie contestó. Entreabrió la puerta, encontrándose allí a Elizabet. Concentrada en el papeleo que abundaba en su mesa, ni siquiera se dio cuenta que James estaba allí. Carraspeó a la espera de que levantara la cabeza y saludara, sin embargo le dijo aún inmersa en los papeles:
- Te esperaba-garabateaba con ganas.
- Pues aquí me tiene...
Señaló la silla con el dedo índice y volvió al trabajo. James dejó la chaqueta del traje sobre la silla de la izquierda. La miró de frente, y cuando ella terminó le preguntó:
- Y, ¿qué es lo que quería comunicarme con tanta urgencia?
Asintió:
- Tenemos otro. Información confidencial.
Sonrió, dejando al descubierto una brillante dentadura.




Llegó a casa agotado del día. Su hijo, Dan, dormía sobre el sofá del cuarto de estar. Se despojó del traje y se enfundó unos pantalones de deporte y una camiseta vieja. Se sentó a su lado, colocando los pies sobre la mesa y encendió la tele. Dan abrió los ojos y se levantó con rapidez. Su cabello era del color del carbón y sus ojos azules, que brillaron al ver a su padre a su lado. Una mueca de asco cruzó su cara. Cogió el móvil que descansaba sobre la mesa de cristal y se fue a su habitación dando un ligero portazo al cerrar. Se colocó los cascos y subió el vlumen a tope. Cantó a voz de grito " Neutron Star Collision".
Al otro lado, como cada tarde James subió el volumen de la televisión. A pesar de ello, la voz de su hijo retumbaba desde la habitación, impidiéndole escuchar nada de lo que decía la mujer de la pantalla. Suspiró, mientras se levantaba en dirección al cuarto de Dan. Se acercó a su cama y le agarró de la pechera. Le agitó mientras le quitaba los cascos con brusquedad.
- Estoy harto de tí y de tus niñerías ¿entiendes?-le gritó mientras rompía los auriculares de donde aún se oía la música a todo volumen.
Dan apretó la mandíbula mientras pronunciaba unas palabras que hieron el orgullo de James:
- Desde que Hanna murió, TÚ-recalcó aquella palabra con ímpetu.- no has sabido cuidarme, y ahora me pidas que deje de hacer lo que hago porque te molesta... Pues, jódete maldito ca...
La frase quedó en el aire, cuando la mano de James se estampó contra su pálida cara. Dan se mordió el labio hasta hacerlo sangrar intentando no derramar ninguna lágrima delante de su padre.
- ¡Trágate tus palabras!-fue lo único que dijo antes de salir enfurecido de aquel cuchitril.
- ¡TE ODIO!-la voz de su hijo sonaba débil, a pesar de que aún estaba cerca- Pagarás por lo que te has atrevido a hacer...-el murmullo de su voz se ahogó al cerrar la puerta que daba al pasillo. Apagó la tele y se dirigió a la cocina a por un par de pastillas y los documentos que Elizabet le había entregado aquella mañana.

La dama de la noche - Capítulo 5-

|
El sol del mediodía cegó mis ojos por momentos. Me incorporé, pero un pinchazo en el abdomen impidió que realizara esa acción. Me apoyé en mi brazo derecho mientras con la mano izquierda cogía una de las patas de un banco cercano a mí. Cuando ya había conseguido sentarme en el suelo contemplé las calles desiertas a mi alrededor. La linterna estaba en el suelo, resquebrajada.  Una mancha de sangre en el suelo me alertó de la profunda herida que aquel "chico" había abierto en mi abdomen. Presioné fuertemente la herida, intentando que al levantarme no me doliera. Aún así, era una herida grave, por lo que, como quien dice "puede ver las estrellas".
Cinco minutos más tarde me puse en pie. Intenté salir de aquel laberinto de calles en la que la noche anterior había sido atacada. Miré a mi alrededor mientras me dirigía con dificultad a través de una calle que había elegido a boleo. Todo estaba tan silencioso como la noche anterior. Continué hasta llegar al final de la callejuela, donde maldecí para mis adentros. La calle se bifurcaba en dos calles más. Recordé como la noche anterior había llegado al centro del pueblo. Derecha, siempre a la derecha. Por lo que ahora debía ir siemopre por la izquierda. Me paré dos minutos a recuperar el aliento. Cerré los ojos y continué arrastrando los pies por el suelo empedrado. Cuando llegué al final, me sorprendí al contemplar la carretera que me llevaría a las puertas del internado. Sonriente, dentro de lo que cabe, caminé en silencio en dirección sur. A la hora, aproximadamente vi a lo lejos la forja de la puerta principal del internado. Aceleré todo lo que pude el paso, cruzando por entre los arbustos. Los últimos movimientos me mataban, pues la herida estaba en carne viva. A pesar de todo lo que había pasado hice el último esfuerzo. Pero las puertas estaban cerradas a cal y canto. Mis facciones se transformaron en una milésima de segundo. Si llamaba para que me abrieran lo más seguro sería que me descubrieran, y no podía arriesgarme a que alguien me vera en esas condiciones, pues entonces tendría que contar toda la historia. Y, claro está, nadie me creería. Me senté a un lado del camino de arena que serpenteaba hasta la carretera, a la espera de que ocurriera un milagro. Y ocurrió. El coche de la directora apareció a la media hora. Debía pasar antes de que se volvieran a cerrar las puertas por completo, y adentrarme en el internado por la puerta de emergencia de la paste posterior del edificio. Y así lo hice. Al poco rato ya estaba en mi habitación. Abrí la mesilla de noche, cogí varias barritas energéticas que siempre guardaba para las emerencias y las mastiqué rápido, sin saborearlas. La camiseta estaba manchada de sangre, al igual que mi cara y mis brazos. También los pantalones. Me despojé de la ropa y me taponé la herida con unos trapos viejos que colgaban de una percha en el armario. Cuando terminé me puse una camisa y unos pantalones desgastados. Tras esto cogí el ordenador portatil que reposaba en la cama de Daphne e inicié una búsqueda en Google: Muertes en Torrecilla. Mñas de 50 entradas con ese nombre. Empecé por la primera.


"Chico de 16 años muere en Torrecillas. Fuentes policiales desvelan que fue un hamicidio, ya que en el suelo de la plaza se encontraron manchas de sangre que lo demuestran. También existe la hipótesis de que se hiciese un corte profundo por el que desangrarse hasta morir. Lo más curioso de todo puede que sea el hecho de que su cuerpo no ha aparecido por los alrededores ni por los pueblos cercanos. La víctima se llamaba Odrik, estudiante del Internado Zulema, a pocos kilómetros de allí. Al parecer el joven quería investigar la historia del pueblo, pero jamás regresó junto a sus compañeros. Poco después de este extraños suceso, los vecinos que habitaban Torrecillas comenzaron a irse del pueblo, porque aseguraban que había fantasmas por la zona que les atormentaban..."


Lo leí varias veces hasta convencerme de que ese era el chico de los ojos amarillos. Los pelos de la nuca se me habían erizado y tenía carne de gallina. Evité suspirar, pues cada vez que hacía un movimiento brusco, el abdomen me ardía como mil demonios.
Abrí otra ventana, esta vez con la búsqueda de La Dama de la Noche. Tan solo 3 páginas contenían ese nombre. Contemplé las dos, me decanté por la segunda. En esta explicaba:



"LA DAMA DE LA NOCHE
Cuenta la leyenda que los muertos anclados a nuestro mundo buscan a la Dama de la Noche, o también llamada la Dama de los Muertos, para que con su sangre les conduzca a su lugar. Es decir, al otro lado..."
Nada mas terminar de leer el primer párrafo empecé a temblar. Los dientes me castañeaban de miedo. Para que su sangre les conduzca al otro lado... Sangre, Muertos. Era una locura. Debía darles lo que querían para que me dejaran vivir. Seguí leyendo atenta:
"Primero, hacen un corte profundo que comienza a sangrar copiosamente. Si esa sangre es limpia, significa que esa Dama será la Dama de los Muertos. Pero necesitan las sangre suficiente para que el grupo de Muertos vaya al otro lado. Es la Dama quién debe hacer un ritual ante ellos. Si consiguen lo que quieren, entonces será libre. Si por el contrario ocurre algo que no les gusta, morirá y se unirá a ellos hasta que la siguiente Dama de la Noche les libere."
¡¿Un ritual?! Mi estómago se hizo una bola de gomas elásticas que me produjo retortijones. Volví a la página principal. En la primera página explicaba cual era el ritual y los elementos necesarios.


Bajé lo más rápido que mi herida me permitía hasta la cocina del internado. Allí encontré la mayor parte de los elemetos necesarios. El resto los encontré en la mesilla de Daphne.


Cuando terminé, lo introduje todo en un bolso y me encaminé escaleras arriba, al ático. Las escaleras crujían al pisarlas, pues la madera no resistía demasiado bien el paso del tiempo. La angustia se apoderó de mí otra vez. Pero resistí la tentación de volver a mi habitación y dejar pasar toda esta historia. Pero si lo hacía las consecuencias acabarían conmigo. Cuando eltramo de escaleras se terminó, una puerta de madera apareció delante de mí. La abrí con cuidado. Chirrió al abrirse, cuando entré dentro de la gran ahbitación, una brisa fría cerró casi sobrenaturalmente la perta. Intenté no mirar atrás, continué con pasos lentos hasta el centro de la sala. Allí, con tiza roja dibujé un gran círculo. A la izquierda dbujé otro de dimensiones inferiores. Me temblaba todo, pero continué concentrada en hacer bien cada detalle. No quería morir tan jóven. Cuando lo terminé, encendí unas varitas de incienso y otros aromas. Después, me metí en el cículo grande. Respiré hondo. Aún me ardía la profunda herida, pero, si todo acababa bien podría curarme en condiciones. Aún era pronto para eso... pero debía ser optimista. Saqué una vela negra de mi mochila y la encendí con cuidado de no quemarme. Saqué un cuenco de cristal que había sacado de la cocina y lo puse en el centro del círculo, justo al lado de la vela negra. De nuevo, cogí la tiza roja que había puesto en el cuenco y dibujé dentro de mi círculo una estrella de cinco puntos, dejando la vela y el cuenco en el centro.
Me puse de pie en el centro del círculo, que a la vez lo era de la estrella. Saqué una daga de plata del bosillo pequeño del bolso y hice un corte del que brotó un hilillo de sangre que rodeó mi muñeca. Cayó en el cuenco que había debajo mío, mientras pronunciaba las frases que me traerían la presencia de los Muertos.


- EXURGUNT MORTUI ET AND VENIUNT -paré unos segundos por el dolor que me producía el corte de la muñeca. Varias gotas cayeron al cuenco. Introduje un poco más la daga en la hendedura. Continué con voz clara- POTENCIAS INFERNALES, VOSOTRAS QUE TRAEIS LA ALARMA A TODO EL UNIVERSO, ABANDONAD VUESTRAS SOMBRÍAS MORADAS E IDOS A REUNIR A LA OTRA CALLE DEL RÍO STYX. - cogí aliento y tras una pausa de unos segundos seguí con otra frase- SI TENEIS BAJO VUESTRO PODER A AQUEL O AQUELLA POR QUIEN YO ME INTERESO, OS CONJURO, EN NOMBRE DEL REY DE LOS REYES, PARA QUE LE HAGAIS APARECER A LA HORA Y EN EL MOMENTO QUE OS INDIQUE.AQUEL QUE NO ES MÃS QUE POLVO QUE SE LEVANTE DE SU TUMBA, QUE SALGA DE SU CENIZA Y QUE RESPONDA A LAS OBJECIONES QUE LE VOY A HACER EN NOMBRE DEL PADRE DE TODOS LOS HOMBRES.- las sombras aparecieron a mi alrededor. El cuenco seguía llenándose de sangre. -EGO SUM, TE PETO ET VIDERE, QUOERO.
Dejé caer la daga llena de sangre en el suelo y cogí el cuenco con las dos manos. Cogí aire y coloqué lo coloqué fuera del círculo. Una luz apareció de un flashazo, y un grito dejó todo en silencio. Caí al suelo con un golpe seco.

La dama de la noche -Capítulo 4-

|
De mi garganta manó un grito que desgarró el silencio, haciéndolo añicos. Sus ojos seguían en el mismo sitio, centelleando entre la oscuridad. Di un paso atrás asustada. Una sombra se interpuso entre los dos, al tiempo que daba otro paso. El olor de la fosa de la fábrica llegó de nuevo a mí. Esta vez acompañado de un dulce tintineo que no acertaba en el ambiente. De nuevo aparecieron sus ojos, esta vez de un naranja tan intenso que se asimilaban al rojo. Noté sus manos frías en mi rostro manchado de sangre. Los gemidos se apoderaban de mi . Unos segundos después sentí una fuerte punzada en el abdomen. Se me doblaron las piernas y caí de rodillas, sangrando. Me retorcí de dolor ante aquella mirada. Todo se nubló, pero sus ojos seguían siendo nítidos a pesar de todo. Un simple bisbiseo cargado de significado llegó a mis oídos:



- Dama de la Noche...


Una sombra cruzó por la plaza; seguida de esta, otras tres más. Con mi último aliento pedí ayuda, pero nadie venía en mi busca. Me arrepentí de todas las estupideces que había cometido al volver a por Daphne. Estaba claro que ella también había muerto. Me desmayé de dolor mientras seguía susurrandome cosas. Un túnel negro me atrapó, a pesar de mis forcejeos. Su risa inundó el aire. Sin embargo, no llegaba al final del todo. Grité todo lo fuerte que pude mientras las risas se agitaban a mí alrededor. Oía voces que gritaban mi nombre, gritos mudos. Todo junto en una especie de cámara que se extendía en mi cabeza.






"Dama de la Noche. Tú, tan osada y bella despiertas un enjambre de sentimientos. Tus ojos son límpidos, al igual que tu sangre; tu voz es melodiosa. Miles de años esperando tu llegada al mundo de los muertos. Miles de años dándonos a conocer ante los vivos en busca de una respuesta que, frente a nosotros contemplamos esta noche. Oscuridad, Dama de la Noche. Sólo tú puedes liberar nuestras almas de este lugar para volver a donde nos corresponde. Rosa negra que brilla en la noche. Tu sangre nos da la libertad. Haz nuestro último deseo realidad, a cambio te dejaremos vivir... A cambio volverás a ser tú. Sin olvidar que siempre serás la Dama de la Noche. Recuérdalo. Dama de la Noche. Reina de la Oscuridad. Dama de la Noche. Danos la libertad"

La dama de la noche- Capítulo 3-

|
Contemplé el paisaje que se extendía hasta más allá del horizonte. Las cosas de Daphne seguían en su sitio, nadie había movido nada. Ella no había venido a recoger sus cosas. Llevaba ya dos días desaparecida, y, probablemente no volviera. De nuevo, sus ojos aparecieron en el reflejo de la ventana. Tenía que encontrarle, pues estaba segura de que tenía algo que ver con la desaparición de Daphne. Sin embargo, no podía hacer nada que no fuese quedarme en la habitación leyendo y mirando por la ventana. Nunca me había gustado esa chica, pero ahora veía la necesidad de encontrarla. Había sido mi "mejor amiga" desde que había llegado al internado. A ella le contaba todo, y ella, a su vez, hacía lo mismo. Nunca dábamos a conocer nuestra "amistad" en público, pues la tomarían por una pringada. Así, tras años de arrogancia me había dado cuenta de que en realidad no era tan mala como parecía. Simplemente daba una imagen que no tenía nada que ver con la real, la que se escondía en su interior. Era una coraza que la protegía.








Dos horas después ya estaba cansada de estar encerrada. Debía buscar a aquel chico si quería encontrar a Daphne. Solo había un inconveniente, pues las puertas estaban vigiladas y cerradas a cal y canto. De pronto una idea cruzó fugazmente mi cabeza. Así, una hora más tarde estaba de camino al pueblo más cercano, donde probablemente habían ido el sábado por la noche. Pero aquello no era lo que yo esperaba ver. La gente me rehuía, como si junto a mi llevara un fantasma. Busqué por todas las calles y pregunté a varias personas que no parecían asustadas si la habían visto. Pero todos negaban con la cabeza y se marchaban cabizbajos. Caminé durante horas y horas, ya que en el internado nadie me echaría de menos.


Una fábrica al otro lado del muro que separaba el pueblo del polígono daba la sensación de esconder algo. Una de las chimeneas estaba caída, los ladrillos se desprendían con facilidad. Pero no me paré.


Una vez dentro encendí la mini linterna que había comprado en una tienda cercana antes de que callese la noche. Lo que descubrí me dejó pasmada. Todo estaba en silencio, al parecer, vacío. Lo más curioso era que todo estaba en su sitio a pesar de ser una fábrica inutilizada. Me adentré a tráves de una gran sala que daba a otra más pequeña; allí descubrí un gran orificio en el suelo de hormigón. Una estrecha red separaba este agujero de la sala. Quité con cuidado la tela que lo cubría, y un olor pestilente inundó mis fosas nasales. Un gemido de angustia salió de mi garganta al contemplar los cadáveres unos encima de otros. Me alejé de allí con cuidado de no tropezar. Las arcadas se repetían al recordar el olor y los cuerpos, pero no paré hasta saltar de nuevo el muro de ladrillo y cemento. Cuando aterricé al otro lado una sombra se interpuso en mi camino. Tan solo sus ojos resaltaban en la oscuridad. De nuevo esos ojos...Se acercó lentamente a mí, sigiloso a pesar de la hojarasca que se acumulaba en el suelo. Un remolino de aire se llevó todo por delante, estampándolo en la muralla que minutos antes había cruzado. Su sonrisa era preciosa, pero a pesar de ello me infundó un miedo aplastante. Ni siquiera podía gritar, pues una bola se cerraba con fuerza sobre mi estómago. Fue él quién comenzó con voz suave:


- La dama de la noche... -tan solo un susurro y todo volvió a su sitio. Desapareció sin dejar rastro.


Aproveché aquel momento para correr hasta el centro del pueblo. Pero allí no habían nadie. Las calles estaban desiertas, no había ni una sola luz. Tan solo mi pequeña linterna iluminaba el camino. Aún así mi corazón palpitaba tan fuerte y tan rápido que daba la impresión de que se me iba a salir del pecho de un momento a otro. Las calles se juntaban, formaban recodos que no recordaba de antes... Pronto me perdí entre el silencio. Caminé lentamente sin saber qué hacer. De nuevo volví al centro del pueblo. La bola del estómago cada vez se volvía más grande, y yo cada vez estaba más y más asustada. Entonces divisé a un hombre en uno de los bancos. Me acerqué lo más rápido que pude. Cuando llegué a llí descubrí al chico de los ojos amarillos.
Miré mis manos un segundo antes de que la linterna se apagara.
Estaban empapadas en sangre.