Ella, él.

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Se sentó junto a una estufa aún llamante, sobre una silla de madera roída por el tiempo, mientras que su mirada se fijaba en los árboles del exterio,r que se lucían esplendosos bajo el sol otoñal. Sus hojas eran de un color amarillento, pero aún así contemplarlos era una acción gratificante. Se miró el brazo, donde una cicatriz Eso le llevó tres décadas atrás, donde aún era un hombre bueno, donde las desgracias comenzaron a sucederse como si de viento se tratase.


Allá por el 1980, una mujer caminaba bajo los primeros rayos de sol, llevando entre sus manos unas grandes bolsas de comida, que parecían pesar mucho. Hacía esfuerzos sobrenaturales por que los ojos no se le cerrasen por las caricias del débil sol otoñal sobre sus facciones. Su piel era tersa, reafirmada por un moño de cabellera rojiza que coronaba su cabeza. Cruzó la calle hasta llegar a un portal en el que descansó los brazos unos segundos. Tras esto, continuó calle arriba, trabajosamente. Al llegar al final de ella, las posó de nuevo y se atusó bien la larga falda y el abrigo que cubría sus hombros y volvió a cargar con ellas, encaminándose directamente hacia las tierras fangosas que se extendían frente a ella. Al fondo, una casita de piedra, era su meta. Al llegar allí, dejó que  un suspiro de satisfacción se escapara entre sus finos labios. Abrió la puerta con cuidado y entró a la casa, donde un perro le esparaba, moviendo la cola enérgicamente. Colocó todo en su sitio, mientras acariciaba sonriente al animal. Subió las escaleras de madera y entró en la habitacion; allí dejó sus botines bajo una silla y sus ropas sobre ella. De nuevo se metió en la cama junto con un hombre algo mayor que ella, y reposando la cabeza sobre la almohada, se tapó con las sábanas y cerró los ojos, agotada.


Él, sin embargo, despertó bien entrada la mañana, y frotándose los ojos pronunció algo ininteligible, al tiempo que despertaba a su mujer:
- Lissa, el desayuno...-pronunció aquellas palabras esperando que su mujer despertara y se levantara. Pero no fue así. Miró de reojo para constatar que estaba a su lado, y se sintió estúpido al ver el hueco vació que habóia dejado su cuerpo. Se desperezó estirándose, y tras calzarse con unas zapatillas ben calentitas bajó a la cocina a tomar su café bien cargado.
En la cocina, Lissa bailaba al ritmo de un soul, mientras se encargaba de fregar algunos cacharros de la pila. Él la miró huraño, mientras el brillo de sus ojos delataba una gran sonrisa que no se atrvía a salir por medio de sus gruesos labios. La barba de varios días habría dado algo de risa, por lo que la escena, era sin duda, cómica.
Se acercó lentamente hacia ella, mientras Lissa seguía enfrascada en sus movimientos. La agarró por la cintura, cuidadosamente, y la besó en el cuello. Ella sonrió al notar el contacto cálido de sus labios contra su piel, y pensó en la enorme suerte que tenía de estar junto a él.

1 comentarios:

Ikana dijo...

Interesante. Tener a alguien a tu lado que te quiere y protege es una sensacion maravillosa

Besos gélidos

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