Las sombras de la oscuridad

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Dos sombras se agazaparon tras unos arbustos, a la espera de que algún desprevenido transitara aquella calle, ahora desierta.

- Vámonos de aquí, ¿no te das cuenta de que no hay nadie? -bisbiseó la primera sombra.
- ¡Maldita sea, tengo sed, Larry! - la segunda sombra respondió suspirando.
- Se acabó, mañana será otro día.
Larry fue el primero en salir, como si nada hubiera pasado, a pesar de que nadie vigilaba sus movimientos. Miró hacia el edificio que se extendía a sus espaldas, y se fijó en una de las ventanas que daban al callejón, en la parte superior. Una mujer de cabellos claros acunaba a su hijo mientras la abría. Se les hizo la boca agua al escuhar y oler las palpitaciones de la sangre en el interior de aquellos desconocidos.
- ¿Y si...? - A Oddie no le dio tiempo a terminar, cuando su compañero trepó hasta lo mas alto. Oyó el grito de la mujer, al ver como aquel ser se abalanzaba sin remedio alguno sobre ella y su pequeño. Y después; silencio.
Gruñó por lo bajo:
- No seré yo quien se quede sin comida y encima tenga que dar explicaciones.
Así, se lanzó hacia aquella ventana, de donde provenía aquel olor dulzón a sangre fresca.


Selma bajó las escaleras de dos en dos, pasando por el salón y llegando a la cocina. Esa mañana se había levantado antes de lo previsto para ir a la biblioteca, a pesar de ser sábado. Pero ese mismo Lunes tenía un exámen que debía preparar bien para no suspender. No se lo podía permitir.
Le dio un beso en la mejilla a su madre, quien se sorprendió de aquella muestra de cariño por parte de su hija, y cogió una tortita del plato grande. Un chorro de chocolate la inundó por completo. Comenzó a comersela, bastante más contenta de lo normal.
Tenía 22 años, pero aparentaba 18 por su físico escuálido, y su estatura. Destacaba por sus ojos azules turquesa. Esa mañana se había enfundado en un jersey de cuello alto negro -hacía bastante frío- y unos pantalones del mismo color.
Su madre hizo amago de coger el mando, para cambiar de canal, puesto que daban un reportaje estúpido sobre un hombre que presumía de musculitos. Pero en la pantalla apareció de pronto la foto de Natalie. Frenó el movimiento de su madre y se quedó con los ojos fijos en la pantalla. Un hombre canoso y de voz ronca se atusó la camisa y comenzó a hablar apesumbrado.
"Una mujer de 29 años llamada Natalie Lennam, y su hijo de seis meses, fueron asesinados la pasada noche del viernes. Los forenses explican las causas de esta muerte." A su lado, otro hombre, algo más joven comenzó a hablar. " Esta joven falleció al serle extraida toda la sangre del cuerpo. No sabemos que ha podido ocurrir ni cómo, puesto que no se han encontrado restos de balas ni agresiones y por lo que hemos podido investigar, tampoco hay huellas que aporten una pista al caso.
Apagó la pantalla y se puso en pie ante la atenta mirada de su madre.
- ¿Esa es...?- preguntó amargamente, al ver el sufrimiento que se escondía en los ojos de Selma.
Pero ella no respondió, sino que cogió su abrigo y salió corriendo de la casa.


Llegó sofocada al edificio de ladrillo, donde su amiga yacía muerta, entre policías. Intentó entrar por la puerta principal, pero uno de ellos le cortó el paso con la mano. Se sentó en la escalera, buscando la forma de entrar a la casa. Una idea se abrió paso en el tumulto de pensamientos de su cabeza. Se puso de nuevo en pie.
Caminó por el callejón hasta dar con la escalera de emergencia, que se comunicaba con cada uno de los pisos del edificio. Ascendió hasta llegar a la perteneciente a Natalie. Su brillante idea se convirtió en nula cuando al ir a abrirla, comprobó que estaba cerrada. Maldijo por la bajo, y sopesó la única opción que le quedaba para entrar en el piso. Cogió aire y se encaramó a la ventana, dándose cuenta, algo tarde, de que bajo sus pies no había nada. Solo aire. Un gritito de angustia salió de su garganta. Cerró los ojos fuertemente y con torpeza intentó encontrar un punto estable donde apoyar los pies. Un pequeño agujerito entre los ladrillos sueltos fue su salvación. Ya no colgaba sobre el vacio, por lo que la opresión en el pecho fue desapareciendo. Sin embargo el subidón de adrenalina seguía manejándola. Se apeó un poco más, hasta apoyar los codos en el alféizar e intentó subir una de las piernas. Cuando se quiso dar cuenta, ya estaba de rodillas frente a la ventana. Entonces se dio cuenta de otra cosa. Frente a ella había una ventana que posiblemente estuviese cerrada. Resopló, echa polvo e intentó no desesperarse. Algo que le resultó imposible. Bajo ella, a bastantes metros estaba el suelo. Un, en caso de caída, mortífero suelo. A su izquierda, la escalera de incendios. Y frente a ella, la maldita ventana. Suspiró desesperada y colocó los dedos, de forma que con un simple empujoncito cediese. Y para su sorpresa, así fue. Fue silenciosa, hasta tal punto que pensó en dejar su botas en la ventana. Se rió de su ocurrencia y se internó en la casa. Esa habitación era la de invitados, donde tantas veces había dormido, y donde jamás volvería a dormir. Abrió la puerta con sigilo y caminó por el pasillo. En la tercera puerta -la habitación de su hijo- un ajetreo de gente la devolvió a la realidad. Acababa de hacer algo ilegal, al haberse colado sin permiso de la policia. Pero eso era lo que menos le importaba en esos momentos. Abrió la puerta que quedaba a la izquierda y entró. Puso el pestillo y se quedó quieta durante unos segundos. Aquella pequeña haitación, convertida en estudio estaba formada por una mesa, que ocupaba la mayor parte de la pared, un pequeño armario y una silla de escritorio. Abrió el armario, silenciosamente. Dentro habia tres cajones y tres estanterioas, llena de libros y documentos clasificados en carpetas. Cogió una de ellas, en las que se leía, con letra gorda, su nombre. Lo apoyó en el suelo, y continuó su búsqueda, abriendo el segundo cajón. Encontró otros dos portafolios con su nombre. Y ahí acabó su búsqueda. Reculó poco a poco hasta llegar a la puerta. Se fijó en que todo quedara en su sitio, y con los documentos en la mano, abrió la puerta. Seguía oyéndose gente al otro lado de la puerta que quedaba justo enfrente. Volvió a la primera habitación, por donde se había colado y se asutó. ¿Cómo iba a llegar a las escaleras con las carpetas en la mano? El miedo la paralizó, pero se obligó a pensar, puesto que no podía quedarse mucho tiempo más. Se le ocurrió algo estúpido, pero que posiblemente serviría. Se desabrochó el cinturón y se lo enrolló en el estómago, dejando entre medias los documentos. Se subió el pantalón para tapar el borde de abajo, para que no cayeran y se apeó de nuevo a la ventana.


Cuando llegó a la escalera, dejó escarpar un suspiro de satisfacción por haberlo conseguido. Comprobó que los documentos estuvieran sanos y salvos y bajó hasta el suelo. Corrió a través del callejón hasta la carretera principal, para ir a la biblioteca.

5 comentarios:

Ikana dijo...

Buen comienzo. Los vampiros son una de mis debilidades, aún así, lo siento por lo de la amiga de Selma. Cuando hay hambre, hay desesperación.

Besos gélidos

Alien de Andromeda dijo...

Joder!Que vampiros mas malos (y ambrientos) ¬¬ Ya de buenas a primeras manteniendome en vela, ¿eh, Ella? xDD

Un abrazo momificado!

Nimphadora dijo...

El corazón se me quedó quieto en el pecho cuando Ellos se alimentaron :S

Son vampiros, No? O.o

Ella dijo...

Gracias, Ikana^^
Si, lo son, Alien.. Me laegra saber que os gusta :D
Si, Nim, son vampiros^^

Wilhemina dijo...

Qué tragico!Pobrecitos :S

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