Las sombras de la oscuridad -Capítulo 3-

|
Caminó arrastrando los pies sobre el asfalto oscuro, cruzando las calles medio sonámbula, y tan solo parándose en algún que otro semáforo. Había dormido horriblemente mal. Cada algo más de tres horas, ya estaba de nuevo despierta por las pesadillas que azotaban su mente. Sueños en los que aquellos seres chupa-sangre le convertían en uno de ellos. Se preguntó por qué no habrían acabado ya con ella. No era tan difícil, y ella no era peligrosa. ¿Por qué no estaba ya muerta, como Natalie, o convertida? No quería saber la razón, simplemente porque sino había ocurrido algo de eso era porque la necesitaban. Para algo malo, seguro. Sino, ¿por qué no acabar con ella de una vez? Se encongió de hombros y continuó su camino, adormilada, hasta llegar a clase. Una vez allí, el día se hizo tan corto que se sorprendió de que las clases hubieran acabado ya. Cuando salió al exterior, de nuevo volvió esa angustia de la que se había olvidado por unos momentos. No pudo evitar sentirse así, pero le aterraba aquella idea de que la fuesen a tortura o algo parecido. Así, se dio mucha más prisa en llegar a casa, donde -extrañamente, puesto que era vulnerable en cualquier lugar- se sentía segura. Su madre la miró preocupada.

- Selma, cariño, ¿estás bien?
Selma asintió, sin mediar palabra y continuó subiendo las escaleras, hasta el piso superior.
Se desnudó y se metió en la ducha, donde el agua fría la sacudió, dejándola exhausta. Necesitaba algo que la despejara, que no fuera el café. Odiaba el café.
Se acostó temprano, algo extraño viniendo de ella.
- A ti te pasa algo, Selma.-su madre insistía, y por más que le decía que no, ella no mitigaba sus esfuerzos. Y su instinto no fallaba, pero no debía enterarse. O correría mayor peligro que al que ya estaba expuesta. Apagó la luz tras sacar a su madre de su habitación y se recostó sobre la almohada, dispuesta a dormir. Y sí, cerró los ojos. Pero su descanso se vio de nuevo interrumpido por el crujir de las hojas del jardín, que como la noche anterior la inquietaron con creces.
Cerró los ojos y esperó que no se hubiese enterado. Corrió a esconderse entre dos árboles que le taparían de su vista, y en apenas un segundo ya estaba allí, lejos de su mirada. <<¿Cómo puedo ser ten imbécil y torpe?>> se maldijo Sam, harto de fastidiarla siempre en el último momento. <>
Se separó de la ventana un milímetro, lo suficiente para ver un breve movimiento entre los árboles del jardín. No pudo contener un débil grito de angustia, que apenas se oyó. <> le faltaba el oxígeno para pensar si quiera. Se separó despacio del cristal, intentando que aquel vampiro no la descubriera asomada allí, cuando aquellos ojos de color violáceo se posaron en ella, mirándola fijamente desde el otro lado del cristal. Su corazón se paró, de golpe, y tras varios segundos de shock, volvió en sí. Miró a ambos lados de la habitación. No había salida, debía aceptar su muerte. <> Asintió decidida y en un acto de rebeldía, abrió la ventana dejando que aquel ser entrase en la habitación. Le tembló el pulso, pero al fin consiguió abrirla. Él Sonrió. Era la sonrisa más perfecta que había visto nunca. <> Como si sus pensamientos hubiesen sido dichos en alto, él cerró sus labios, y posó su vista en la vena ahorta, que palpitaba jugosa.
- ¿Qué quieres de mí? -susurró respirando agitadamente -Mátame si es lo que deseas.
La miró fijamente, con aquellos ojos violáceos, tan extraños en la raza humana, pero tan comunes en la raza de los vampiros. Contuvo la respiración.
- No quiero nada más que esos documentos que posees. Te dejaré vivir si me los entregas. -a pesar de que era sincero, Selma no se creyó ni una sola de sus palabras.
- No me dejarás vivir -respondió resollando.
Acobardada, fue incapaz de adelantar un paso para que se diera cuenta que no era tan débil como parecía. Pero como se temía, ni sus piernas actúaban ya por medio de su cabeza.
- Lo haré. Seré compasivo por una vez en mi longeva vida- se extrañó de sus palabras. Sonaban como esos libros antiguos, típicos de grandes bibliotecas donde hay un espacio para "lectura antigua". Aún así, seguía sin fiarse.
Negó con la cabeza, dando a entender que pensaba lo contrario.
- Además -comenzó a recuperar la voz poco a poco- no están de mi mano. Ya no.
Él se rió en silencio y pronunció aquellas palabras:
- Eres realmente preciosa, ¿lo sabías?
Selma hizo una mueca de asco, que dejó bien claro que no pensaba responder.
- No entiendo por qué, si tan atemorizada estás, me has dejado entrar.
- Mátame ya si es lo que deseas. No te lo voy a impedir. -Aquellas palabras eran estúpidas, puesto que era considerablemente inferior a aquel ser.
La sonrisa no desaparecía de su rostro, como si le hiciera mucha gracia sus comentarios.
- No te mataré. Quiero los documentos.
Tragó saliva ruidosamente, y su pulso comenzó a acelerarse cuando se acercó a ella, paso a paso.
- No te tengo miedo -mintió.
Él ni siquiera sonrió, pero sus brillantes ojos le delataron. Sus pasos crujían, sobre el suelo de parqué. A cada paso que aquel ser daba, Selma se acercaba más a la puerta. Miles de pensamientos cruzaron su mente a una velocidad vertiginosa. Revoloteaban en su interior, como mariposas. Y para su sorpresa lo único que consiguió pronunciar antes de caer al suelo fue:
- Moriré contemplando tus ojos.- aquellas estúpidas palabras que marcarían para el resto de sus vidas.
La cogió entre sus brazos, cuidadosamente, y saltó de tejado a tejado como una sombra. La rapidez era su fuerte, y no ser visto con aquella humana era su prioridad. Sag no debía saber de aquello. Además, los documentos no estaban en ningún sitio. Fue incapaz de dar con ellos.
Cuando ya había encontrado el lugar ideal para esconder a la chica, esta despertó, extenuada.
- Tu... tu no me...-no pudo mediar palabra, le era imposible.
- Duerme, yo te protegeré de él. No te preocupes.
Ella quería confiar, lo notaba en su mirada, pero confíar en un vampiro no era algo fácil, a pesar de que no la había matado. Decidió rendirse, no sin antes contemplar de nuevo sus ojos, que la miraban sin descanso.
El sol comenzó a salir. Sam debía salir de allí si no quería tener problemas.
- Espérame...-le dijo a Selma, protector- No te muevas, estaré aquí de nuevo e cuanto anochezca. No regreses a tu casa, ellos te estarán esperando.
Selma asintió, obediente. Para su desagrado, empezaba a gustarle.

3 comentarios:

Ikana dijo...

Grito de emoción!La palabra proteger y amar para mi van unidas como dos siameses. La cosa se pone cada vez mejor y el suspense me está matando!!!!!!

Besos gélidos!!

Nimphadora dijo...

Que ojos más bonitos, violetas. Mi color favorito de hecho. Me da en la nariz que estos dos han compartido corazones. ¡Qué romántico!

Estoy impaciente por leer el siguiente.

Besitos!

Wilhemina dijo...

Oh,le amour!

Publicar un comentario